La pobreza duele


Matthew Desmond está enfadado. Y Matty no es cualquiera. Es sociólogo, premio Pulitzer hace unos años por su libro “Desahuciadas, que escribió después de años y años conviviendo con personas que sufrían desahucio tras desahucio. Personas adultas que nunca habían vivido más de 8 meses seguidos en la misma vivienda. Así que el hecho de que Matthew esté enfadado no es baladí. Lo está por un solo motivo: no se cree que realmente se quiera poner fin a la pobreza en su país. Es por eso que ha escrito un libro como “PobrezaMade in USA”, para denunciar y poner cara y ojos a la pobreza. Es un cabreo, el de Matty, muy contagioso. Porque, como dice, la pobreza no es sólo una cifra o un objetivo, o un reto, o cualquier otra cosa que el márquetin político quiera resignificar. La pobreza es dolor, dolor físico. Es trauma, soledad, inestabilidad y volver a comenzar siempre que alguien quiera que tú vuelvas a comenzar. La pobreza es falta de libertad, no tener a nadie a favor y tener a todo el mundo en contra. Es vergüenza, alienación, saturación mental. Y, muy frecuentemente, mucho más de lo que nos imaginamos, es prisión, dejar de pertenecer a ti mismo.

Si lo piensas bien, es normal estar enfadado igual que Matthew. Porque en Catalunya también hemos vivido traumas sociales que no han sido resueltos ni solucionados, ni si quiera enmendados. El 2008, cuando comenzó esta crisis o trauma irresuelto, había un 22,7% de la población catalana en riesgo de exclusión social, es decir, 1.600.000 personas. En 2024, más de quince años después, el porcentaje era del 24%: 1.900.000 personas. Y en todo este tiempo hemos tenido seis presidencias diferentes. De cinco partidos políticos diferentes. Y todos dijeron lo mismo: poner fin a la pobreza es una prioridad, y haremos los presupuestos adecuados para ello.

Pero, mira por dónde, en quince años no sólo no hemos conseguido reducir el problema, sino que lo hemos hecho aún más grande. 300.000 personas más grande, concretamente. 300.000 personas más que han sufrido diferentes dolores físicos y psíquicos, traumas, falta de control sobre sus vidas, vergüenza, alienación: falta de libertad para ser ellas mismas.

15 años, 6 gobiernos, 5 partidos. Muchos presupuestos (algunos, nos dijeron, los más sociales de la historia). Una sola cartera de servicios sociales y diversas convocatorias de ayuda a las entidades, se llamen COSPE, CONVO o COSIFE. Mucho trabajo hecho por profesionales de la Administración Pública, que han sudado trabajando estrechamente con las entidades y con las responsables políticas de cada momento, que se han jubilado sin poder hacer traspaso o que han perdido la esperanza porque han visto eso mismo: 300.000 personas más.

Y resulta que, después de quince años, no somos capaces de ver las consecuencias de todo esto. ¿Qué tipo de maternidad o paternidad deben tener aquellos niños y niñas que, con 12 ó 13 años, vieron cómo los antidisturbios echaron la puerta de su casa abajo? ¿Qué tipo de sociedad se construye con abuelos y abuelas a las que han echado de su habitación? ¿Qué estudios pueden hacer las personas que fueron obligadas a convivir con toda su familia en un salón reconvertido en habitación de realquiler?

Queremos construir una sociedad del siglo XXI con todas las heridas de la crisis de 2008 todavía supurando, abiertas y gangrenadas. Con heridas nuevas y más profundas que resbalan por los surcos de la pandemia, de innumerables políticas frustradas, proyectos sociales decaídos, de barrios desalojados por el capital internacional.

Y lo queremos hacer a golpe de debate mediático (ahora, la DGAIA, ahora otra cosa), y a golpe de rueda de prensa con anuncio, a golpe de planes milenarios sin presupuesto que los apoyen, a golpe de chantajes sociales o a golpe de criminalizar a unas entidades sociales que, sin duda, podemos hacer más por visibilizar la exclusión social y la pobreza, pero que podemos hacer poco más de lo que ya hacemos con los recursos que tenemos y con el ingente trabajo administrativo y burocrático que la Administración nos exige cada año.

Queremos tener un buen debate sobre estas 300.000 personas, y sobre las que faltan hasta contar un total de 1.900.000. Un debate que se traduzca en volcar todos los recursos necesarios, que deje atrás los tópicos sobre las políticas sociales. Queremos, como entidades sociales, ayudar a liberar a estas casi dos millones de personas, y no dedicarnos a tener que defendernos, justificarnos o pelearnos con la Administración por cuatro comas mal puestas en un formulario. Queremos ser parte de esta construcción colectiva que tanto necesitamos si, de verdad, queremos eliminar todo el dolor físico, trauma, soledad y miseria que comporta vivir en exclusión social.



Este artículo fue publicado originalmente en catalán en la web social.cat

Foto: Jon Tyson

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