La normalización del desahucio y el declive de nuestras expectativas


Explica Mathew Desmond, en su libro sobre desahucios en los Estados Unidos, que las personas que acaban de perder su vivienda de alquiler se enfrentan a una pregunta el día del desahucio: ¿Camión o calle? La formula el policía que acompaña la comitiva, entre la que se incluye el personal de una empresa de mudanzas. Si la persona elije camión, los de la empresa de mudanzas meterán todos los muebles y todos sus enseres en el camión de la mudanza, y se lo llevarán a uno de sus almacenes. Allí le custodiarán todas sus pertenencias, debiendo realizar pagos periódicos para garantizar que quiere recuperarlo todo. Si deja de pagar, todas sus posesiones pasarán a una de esas subastas que tantos programas de televisión alimentan. Por el contrario, si elige calle, todas sus pertenencias serán depositadas en la acera, junto al portal de la que, hasta ahora, era su casa.

En ocasiones, estos desahucios pueden tener lugar sin que todas las personas que viven en la casa estén presentes. Puede pasar que, de las dos familias que comparten el piso, una de ellas haya salido a buscar trabajo –o piso- y, a su regreso, se encuentre con todas sus posesiones en mitad de la calle. Quienes hayan visto Orange is the New Black, quizás repararon en aquella escena en donde Aleida es desahuciada.


Maneras de subsistir

La pregunta aquí sería por qué una persona que se enfrenta a una orden de desahucio llega a apurar tanto el tiempo de la mudanza que acaban por desahuciarla en unas condiciones tan grotescas. En su muy recomendable libro, Desmond cuenta cómo de caro sale ser desahuciado, y cómo de caro sale mudarse. La situación de pobreza que viven las personas que pasan por las páginas del libro es tan grande –y, ojo, tan poco excepcional- que muchas de esas personas lo único que pueden reunir es dinero para la mudanza y los primeros meses. Después dejan de pagar, ahorran lo que pueden para entrar en otro piso, y dejan de pagar al poco tiempo de entrar en él. Así hasta el próximo desahucio. Sin posibilidad de pagar un alquiler de manera continuada y estable.

La situación que describe Desmond, de familias que se van especializando en cambiar de vivienda cada pocos meses y acumular desahucio tras desahucio, no nos debería ser tan lejana. Una especialista en el barrio céntrico de Barcelona me explicaba hace poco que cada vez conoce más familias que se ven obligadas a vivir así. Mudándose a una vivienda, dejando de pagar un par de meses, esperar el desahucio mientras ahorran el poco dinero que pueden para pagar los costes de la mudanza, la nueva fianza y los dos o tres primeros meses de alquiler. Y de un piso a otro, hasta que la rueda se rompe y acaban ocupando un piso, previo pago de los servicios de una red de ocupaciones.

Maneras de resistir

Estas situaciones me hacían pensar en aquella condición póstuma ilustrada de la que habla Marina Garcés en su Nueva ilustración radical. Para ella, hemos bajado tanto el listón de lo moralmente aceptable, que ya no nos conmueve o indigna este tipo de situaciones. Desmond también lo explica: en la anterior situación de emergencia habitacional generalizada que vivió Estados Unidos, tras el crack de 1929, la movilización popular por los desahucios era tal que se lograba evitar la gran mayoría. Los vecinos y vecinas, al ver que una familia iba a ser desahuciada, se interponían en masa frente a la policía, y evitaban que alguien tuviera que abandonar su hogar. Aquí ha pasado lo mismo. 

Hubo un tiempo en que las PAH acumulaban muchísimas personas frente a las casas de los amenazados de desahucio por no pagar su hipoteca, y ahora lo hacen por el alquiler. Pero no ha habido una huelga generalizada en el pago de los alquileres, por ejemplo, como sí hubo en los años 30 del siglo pasado. Las redes de solidaridad se extienden, y no es poco, entre algunas de las personas afectadas. Pero pocas veces llegan a una mayoría de los afectados, y casi nunca rompen ese círculo.

Se normaliza la tragedia, hasta el punto de que la persecución de la escasa resistencia a lo trágico se acaba institucionalizando. Hace bien poco, las entidades y movimientos que trabajan en defensa de las personas desahuciadas en Barcelona han denunciado públicamente la existencia de una nueva fórmula de desahucio: los desahucios con fecha abierta. Consiste en una sentencia de desahucio que no fija un día y una hora para ejecutarse, sino que se pueden activar sin previo aviso. La estrategia del tribunal pasa por evitar la paralización del lanzamiento por la presencia de movimientos sociales que lo impidan. Se produce así un acto de indefensión de la persona desahuciada, porque al no saber qué día debe dejar la vivienda, puede sucederle que marche a trabajar, a la oficina del paro o, simplemente, a comprar pan, y cuando vuelva ya no tenga casa. O puede suceder, cuando la tragedia se convierte en esperpento, que el desahucio acabe tapiando a dos menores en el hogar de la persona desahuciada. Todo vale en defensa de la propiedad y frente al derecho a la vivienda.

Capitalismo humano contra la vida

La nueva naturaleza del sistema, como dice David Madden, consiste en generar beneficios a partir de la emergencia habitacional. Es como aquello que explicó Naomi Klein sobre el conflicto entre el Estado de Israel y Palestina. Tradicionalmente, la economía israelí sólo podía crecer en periodos de paz –relativa, dentro de este conflicto-, hasta que un día descubrió que podía crecer –y hacerlo mucho más fuertemente- gracias a ese conflicto. Que cuanto más grande era el conflicto, mejor le iba. El sistema de vivienda que ha resultado de la crisis de 2008 ha descubierto lo mismo, y nada le va a parar en los próximos veinte o treinta años, porque ha invertido y jugado su apuesta en el largo plazo y, en el capitalismo de casino, ellos son la banca. No hay reconciliación posible entre el capitalismo neoliberal actual y el derecho a la vivienda. No se puede hacer más humano a ese capitalismo de desposesión, como lo llama David Harvey.

Pero, en este contexto, nos empeñamos en seguir la vía de la humanización. No queremos parecer los radicales que deberíamos ser. Queremos ser considerados hombres –y mujeres- serios, responsables, de orden. Y es por eso que proponemos más construcción de vivienda, o una regulación de los precios abusivos del alquiler, o cinco años de contrato en lugar de tres. Y también es por eso que nos hemos olvidado de la expropiación, de vincular el debate sobre el derecho a la vivienda a las políticas europeas de competencia y control presupuestario, del control de rentas y el alquiler obligatorio. Es por esto que nos hemos olvidado de las medidas y los debates más radicales, pero también más urgentes.

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