Como quien no quiere la cosa, con el sopor de la hora de una siesta que no se puede hacer, Francisco Franco iba firmando, una a una, las sentencias de muerte que su régimen había dictado para aquellos que pensaban y actuaban de manera diferente al orden establecido. Una dinámica que siempre me venía a la mente cuando el gobierno de Rajoy aprobaba, tras cada Consejo de Ministros, su Decreto/Ley particular de la semana, a través del cuál se condenaba a una vida de precariedad y de subsistencia a la inmensa mayoría de personas que habitan este Estado.
España se sumergía en una espiral de deuda, incapaz de financiarse en los mercados internacionales, y la Troika, compuesta por la Comisión Europea, el Banco Central Europeo y el Fondo Monetario Internacional (FMI) imponían sus condiciones a los Gobiernos de Zapatero y Rajoy para garantizar a los mercadosTM que se podía volver a confiar préstamos a los españoles. Las condiciones, en esencia, consistían en convertir (aún más) al Estado español en un exportador neto de capital. Es decir, en asegurarse que todos los beneficios posibles que se pudieran extraer de la economía española se esfumaran hacia grandes actores, incrementando la desigualdad interna y, especialmente, logrando posiciones ventajosas para cualquier inversión extranjera durante décadas -con la vivienda como el principal motor de exportación de beneficios.
Unas políticas que, según descubrí en un artículo científico en la revista de la Asociación Internacional de Ciencia Política, eran la única forma de garantizar una reelección para aquellos presidentes de gobiernos que llegan al poder en momentos de crisis de deuda. Al parecer, aplicar los recortes y la austeridad al gusto de los mercados, y hacerlo de manera más dura, sin remordimientos y sin mirar atrás, era la opción más probable que tenían los gobiernos estudiados en el artículo si querían ser reelegidos. Probablemente -y esto lo digo yo- porque de no aplicar las políticas exigidas por los mercados, éstos se encargarían de eliminar a ese gobierno rebelde del mapa –“Γεια σου Ελλάδα!”
Un país africano
Por entonces, en el verano de 2012, me tocaba intervenir en un curso de verano en la Universitat de Girona. Me pidieron que explicara la gobernabilidad de los países africanos y, obviamente, durante el transcurso de la sesión debía poder explicar cómo aquella cosa que llamábamos Programas de Ajuste Estructural (PAE) habían impactado en la capacidad de los gobiernos africanos para dirigir su economía y hasta su sociedad hacia determinados objetivos de prosperidad.
Los PAE habían constituido una unidad de análisis en las fechas en las que estudiaba mi doctorado en estudios africanos en la Universidad Autónoma de Madrid. Casi en cualquier sesión de debate, la carta de los PAE acababa siendo sacada por alguien como definitiva a la hora de argumentar una idea. Los PAE hacían referencia a las intervenciones, principalmente durante los 90, que el Banco Mundial y el FMI habían realizado en multitud de países africanos asfixiados por la deuda internacional. Estos ajustes habían consistido, básicamente, en la práctica desaparición de los (exiguos) servicios públicos que se hubieran construido tras las independencias, la estandarización de la política hacia una democracia liberal equivalente en lo formal a las Occidentales, y la absoluta apertura a las inversiones extranjeras directas, con la garantía de poder repatriar los beneficios obtenidos en tierras africanas cuando y como quisieran los inversores.
En mitad de la sesión, desde el fondo de la sala, un prototipo de cooperante experimentado, de los que se apuntan a sesiones sobre África más para poderse escuchar a sí mismos que para compartir ideas, se levantó y nos gritó a todos: “¡Pero eso mismo es lo que nos están haciendo a nosotros ahora!”. La aseveración no anulaba la explicación sobre la gobernabilidad africana, pero situaba en contexto el momento histórico por el que estábamos transitando.
La deuda como motor de las relaciones internacionales contemporáneas
No he podido evitar recordar todo esto durante la lectura de El triunfo de las promesas rotas, de Fritz Bartel. La principal tesis de este ensayo histórico es que la Guerra Fría entre el bloque capitalista y el comunista finalizó debido a la privatización del conflicto gracias a la deuda.
El libro no se empeña en hacer una nueva interpretación de la Guerra Fría en base a suposiciones y conjeturas propias de determinada historiografía política, sino que se centra en analizar las actas, diarios y biografías de los diferentes protagonistas de esos momentos históricos, especialmente la de aquellos actores del bloque comunista que, sin duda, la derrota hizo caer en el olvido.
Para Bartel, el fin de la época dorada de la postguerra vino seguida de dificultades económicas para los países de los dos bandos. Todos ellos se enfrentaban al dilema de pagar sus deudas imponiendo una austeridad draconiana a sus ciudadanos y ciudadanas, o afrontar una carrera hacia adelante en la que el mercado internacional acabaría por dejarle en bancarrota. El triunfo occidental sucedió porque el capitalismo tenía dos cosas necesarias para imponer la austeridad draconiana que exigían los mercados -es decir, romper las promesas de bienestar.
La doble condición de superioridad del capitalismo durante el austericidio
Por un lado, los países del bloque capitalista occidental eran capaces de generar una ilusión de austeridad autoimpuesta -un austericidio-, donde grandes franjas de la sociedad consideraran como inevitables los sacrificios, gracias a las elecciones y los sistemas democráticos liberales, frente a unos países comunistas con regímenes unipartidistas y tendentes al autoritarismo en mayor o menor grado. En ese contexto, los publicistas metidos a políticos de los países capitalistas podían conseguir, como ocurrió en el gobierno de Tatcher en el Reino Unido, que la mayoría de la población cambiara sus marcos mentales gracias a un espacio de debate público. Que ese espacio, esa democracia y esos sacrificios fueran compartidos de manera equitativa, era algo que estaba fuera de la mesa en aquel momento, aparentemente.
La segunda de las ventajas del capitalismo a la hora de romper las promesas de bienestar era la menor preocupación por los perdedores sociales en el juego de la austeridad. El bloque comunista, a pesar de sus tendencias autoritarias, y gracias a su falta de democracia electoral, basaba su legitimidad social en la creación de bienestar de la clase trabajadora. Romper ese bienestar equivalía a romper los cimientos de su legitimidad como Estados. Además, insiste Bartel, existía una honesta preocupación ideológica en parte de las elites comunistas por la situación material de la clase trabajadora, lo que provocaba que romper promesas de bienestar atentara contra la identidad propia del sistema político.
El nacimiento del neoliberalismo
Fue en este contexto de entrega de las llaves del Estado -capitalista o comunista- al mercado en el que el neoliberalismo se materializó políticamente en los gobiernos a un lado y otro del telón de acero. Y esta es una de las cosas que más me sorprendió del libro de Bartel, la constatación de que en el bloque comunista existían políticos que, desde la convicción de querer salvar el sistema, se entregaban a una visión neoliberal que en absoluto les diferenciaba de una Margaret Tatcher del otro lado del muro.
Pero si algo aporta este libro es la capacidad de poner luces largas al proceso histórico de creación del neoliberalismo. La génesis de esta política, de este sistema en el que hoy vivimos -y al que, parece ser, vemos morir estos días- fue punto inicial de casi todos los debates durante la década pasada. Pocos libros o informes sociales se escribieron entre 2010 y 2018 que no se vieran obligados a iniciar su análisis con una breve explicación sobre cómo la crisis de la deuda y el ascenso de Tatcher y Reagan al poder en sus respectivos países provocaron el inicio de un desmembramiento de las administraciones públicas de todos los Estados. Algo parecido a lo que hoy pasa con cualquier libro que aborde las consecuencias sociales de la crisis climática, que deben dedicar el prólogo o el primer capítulo a la explicación de lo que es el Cambio Climático y lo que implica.
La foto de cabecera es de Radek Homola.
Comentarios