Apenas una hora después
de saberse el resultado del Brexit, Nigel Farage, líder del UKIP, negaba delante de las cámaras que el sistema de salud del Reino Unido fuera a
recuperar los 350 millones de libras que habían constituido un eje principal de
la campaña del Leave. Hay
incumplimientos de programa por parte de todos los gobiernos, pero la clamorosa
mentira tras mentira de la campaña del Leave
ha puesto de relevancia el concepto de la política post-verdad. O, dicho de otra forma, la mentira política.
La política de la
post-verdad consiste en emitir un mensaje político determinado, aún a pesar de
que el emisor sepa a ciencia cierta que no es real. La campaña electoral del referéndum
británico sobre la UE fue un ejemplo paradigmático. Mientras el Remain se aferraba a los hechos y la
realidad –o, lo que es lo mismo, al debate tradicional-, el Leave abandonaba cualquier hecho real
para abrazar la mentira política más descarada y llegar a las emociones que
movilizaran el descontento y la apatía política. Era igual si se trataba de los
(imaginados) millones que recuperarían el sistema público de salud, los
(imaginados) inmigrantes que no llegarían al Reino Unido o la (imaginada)
integración inminente de Turquía en las instituciones europeas.
Pero la post-verdad no es
patrimonio del pueblo británico. La política en el Estado español no está
exenta de ella, ni mucho menos. Especialmente cuando la campaña permanente se
ha instalado entre nosotros, y cuando la política viene absolutamente
determinada por el inmovilismo provocado por las siguientes elecciones. Sean las andaluzas, las municipales, las
autonómicas, las catalanas, las estatales, las estatales 2.0, las vascas, las
gallegas, las estatales 3.0 … y así ad
infinitum. El debate político ya no trata de las propuestas, sino de
intentar mantener a la población permanentemente movilizada -o desmovilizada,
según sea el objetivo- y guardar a la vez la ropa.
Este ciclo político que comenzó
en 2011, y que va por su segunda prórroga, ha sido proclive en ejemplos de
post-verdad. Hemos tenido un gobierno que afirmaba que el rescate bancario no
afectaba las cuentas públicas, o que la corrupción sistémica eran sólo casos
aislados. También una oposición socialista que, de repente, no había favorecido
los desahucios exprés o indultado banqueros cuando estuvo gobernando. Y hemos
visto además a una Convergencia Democrática de Catalunya (CDC) que decía haber
defendido el Estado de Bienestar, cuando en realidad su gobierno fue,
proporcionalmente, más austericida
que todos los gabinetes griegos de estos últimos años.
Política naif y Catalunya
Lo que sí que hemos
logrado patrimonializar, especialmente en Catalunya, es el concepto de política naif. Y no, este artículo no es
un ataque al proceso independentista. Tampoco al “cambio” de los Comuns o Podemos. Aunque tampoco es un halago, tal y
como están planteados a día de hoy.
La política naif
consistiría en creer que con una determinada acción en comunidad, se conseguirá
cambiar todo el sistema. Sólo porque es posible que pase. Consiste en que si
cerramos los ojos y apretamos muy fuerte las manos, eso que deseamos se
aparecerá ante nosotros. Algo parecido al permanente pensamiento positivo. Confundir
lo posible con lo probable.
El proceso
independentista catalán ha conseguido abandonar la iniciativa popular para
centrarse en los movimientos de sus actores institucionales. Principalmente, de
lo que CDC quiera hacer, ya que es quien dirige el debate –presupuestos antes
que independencia; hoja de ruta antes que referéndum unilateral, Artur Mas
antes que unidad independentista, etc.-, y quien ha cooptado al único actor de
la sociedad civil que parecía querer llevar la iniciativa discursiva: la ANC,
ahora controlada por Jordi Sánchez en su cúpula pero no en sus bases.
Lo que han intentado
hacer los convergentes salidos del 27S ha sido desactivar la calle como
principal motor del proceso independentista. Artur Mas no consiguió surfear la
ola en la etapa 2012-2015, pero sí en el transcurso de su caída. ¿Quién iba a decir que las bases
independentistas serían resquebrajadas por quien pretendía liderarlas? El #PressingCUP
dividió y desilusionó. Es decir, desmovilizó en un momento donde la sociedad
catalana independentista estaba preparada para generar la clase de conflicto
con el Estado que CDC siempre había querido evitar.
Después de la llegada de
Puigdemont a la presidencia resultó que, al otro lado, sólo quedó un
independentismo sociológico que piensa que una secesión se consigue con un
bonito acto floral cada 11 de Septiembre. El más multitudinario, valiente y
constante movimiento político en la Europa de nuestros días, no me
malinterpreten, pero acto floral al fin y al cabo. Nada de parar las fábricas o
de vincular la lucha independentista a las luchas sociales. Nada de
convocatorias de huelgas ni Ayuntamientos negándose a pagar impuestos al
Estado. Nada de conflicto, apretad las manos y cerrad los ojos que tenim pressa.
Frente al proceso
independentista se suele contraponer a quienes piden “el cambio”. Esto es
normal hasta cierto punto, pues quienes dominan el discurso independentista, ya
lo hemos dicho, son los enemigos ideológicos del cambio: CDC vs. Comuns/Podemos. También porque la
fórmula equidistante que el bloque Colau/Iglesias ha desarrollado no les sitúa
más que en la ambigüedad política y el cálculo electoral.
Si uno piensa en las
principales propuestas de los Comuns para
Catalunya, también se ve una práctica desatada de la política naif. El artículo de Ada Colau, el pasado 10 de Septiembre, es un ejemplo de
ello. En él, decía que no se puede negar a ninguna comunidad política la capacidad
y el derecho de ser cambiada por la vía democrática. Nada de fórmulas políticas
para lograr un referéndum unilateral –único referéndum probable-, ninguna
propuesta estratégica sobre cómo lograr que el unionismo catalán se sume a ese
referéndum –es necesario tener a alguien que defienda el No-, ni una palabra
sobre desobediencias como respuesta al bloqueo político actual por parte del
gobierno español. Obviad el conflicto, apretad las manos muy fuerte, y quizás
en Navidad el PP sea tercera fuerza. ¡El cambio ya está aquí!
El rupturismo como única respuesta y como confluencia
Esta política naif en
donde nada pasa por mucho que hagamos eso, apretar fuerte las manos, termina
generando sensación de hartazgo. Y si algo deberíamos aprender del referéndum británico
sobre la UE, es que el hartazgo de la gente al final se traduce en la necesidad
de que, por fin, pase algo. Sea lo
que sea ese algo.
Un estupenda lección para
los intereses de quienes desean ver una República Catalana, o un cambio en el
Estado español: o se genera una alianza entre ambos espacios –independentismo y Comuns/Podemos- a favor de lo que podríamos llamar una ideología rupturista, o ese algo que terminará pasando lo avanza el CIS a cada informe que
publica.
No hay más camino, el
resto es política post-verdad y política naif. Seguramente el cambio, tanto en
Catalunya como en España, pase porque las dos comunidades políticas sigan
caminos diferentes. Cualquiera que busque un cambio, debería tener eso en
cuenta a la hora de establecer alianzas.
Foto: Crosa
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