Me encanta hacer listas. Listar interminables cosas o funciones en una hoja de papel, pasarlas después a la libreta en riguroso orden de prioridad, e irlas tachando cuando, casi de casualidad, completas una de ellas. Cuando la gente ve que haces esas cosas, acostumbra a decir: “es que es muy organizado, se planifica muy bien”. Pobres, si me conocieran…
Pero no hemos
venido aquí a hablar de mi libro, o de cuántas libretas acumulo con listas y
listas de cosas. Ni siquiera hemos venido a hablar de si esto constituye un
síntoma, o no, de que debo ir al psicólogo. En realidad, como en todo, aquí
hemos venido a hablar de política. Y si hay alguna cosa que no es políticamente
sexy es planificar -las listas siempre son sexys, incluso en política. No estoy
hablando de planificar una campañita o planificar cómo te cepillarás a tu rival
político. Hablo de planificar la política de verdad, de planes de economía política,
de eso que siempre se asocia a la vieja (y derrotada) economía planificada de
la URSS cuando, en realidad, es la mejor herramienta del turbocapitalismo de
Amazon o Wallmart que nos está pasando por encima de nuestras cabezas.
La planificación
política de la economía y el cambio climático
La crisis
ecosocial que ya estamos viviendo es, en realidad, una policrisis, un
acumulación de pequeñas crisis en diversos ámbitos que se concatenan unas a
otras. Y ya sé que este diagnóstico no es nuevo, que esta frase ha sido tan usada en redes y en publicaciones de diferente tipo que pasa ya a ser un cliché. Pero es que frente a este escenario podrá discutirse cuál es la opción más realista:
la de superar el capitalismo (¿cómo, cuándo, quién, dónde?) para desarrollar un
socialismo de algún tipo; o la de profundizar en el capitalismo, modificando el
actual modo de gobierno neoliberal, al tiempo que se potencian soluciones
tecnológicas frente al cambio climático*.
El libro da para
un intercambio de ideas muy fructífero -en Espectre Verd, hace ya dos años, estuvimos un par de horas hablando de él, y porque tenían que cerrar la sala-, aunque reconozco que
me dejó algo frío, sin acabar de conectar, porque muchas de las críticas que podría
realizar se resuelven con la excusa de que Vetesse y Pendergrass han escrito una
utopía y que, como tal, ésta no ha de ser perfectamente descrita, tiene imperfecciones,
y no está completa. Pero, más allá de todo esto, lo que creo que merece la pena
destacar es que centra el punto de vista en la necesidad de planificar la
economía política del futuro mundo en el que vivamos. Y cuando decimos futuro
no es por procrastinar la implementación de la planificación política de la
economía, porque deberíamos comenzar a hacerlo ahora mismo, sino porque las
opciones políticas inmediatas no parecen apuntar a este escenario.
Vamos a tener
que planificar, y lo vamos a tener que hacer mucho
Si has leído estos dos libros y aún no te has vuelto loco con las ideas y la vida de Vladimir Kantorovich, el matemático soviético en el que se basan los cálculos que hacen posible la planificación de la vida económica, es que te falta leer a Martín Arboleda.
Porque el libro de Arboleda nos sitúa en el escenario actual, mucho más que los anteriores. Arboleda asume que el capitalismo está planificando, que es la base de su economía -ella, tal libre, tan de mano invisible-, y dice que, por tanto, abandonar la reivindicación de la planificación por parte de la izquierda equivale a enarbolar la bandera blanca de la rendición.
Por contra, Arboleda habla de la necesidad de incorporar la idea de la planificación económica a las políticas de democracia radical. Si de esta policrisis ecosocial tenemos que salir de alguna manera, salgámoslo haciendo más democracia, repartiendo los esfuerzos y los sacrificios no a partes iguales, sino de manera proporcional a la posición de cada uno. Y aquí, si hacemos caso a Arboleda, necesitamos incorporar la planificación de los recursos de manera democrática.
La planificación en los tiempos de la IA
Confieso que cuando leí estos tres libros en lo que considero fue un buen verano de lecturas temáticas, era un convencido teórico de la planificación y un planificador pesimista en lo práctico. Las principales dificultades que le veía a todo esto era que trasladar la planificación a una concepción de la lucha popular por la transición ecosocial eran, resumiendo, la dificultad para construir un discurso popular sobre todo esto y, en especial, la complejidad de su implementación práctica. ¿Cómo iba alguien a reivindicar la planificación o a exigir que hasta el PSOE (sic) planifique las políticas económicas del Estado si no se entienden los procesos de la planificación? ¿Cómo no se iban a rebelar quienes sintieran una pérdida por causa de la planificación si no eran capaces de entender el proceso, por mucho control democrático a lo Arboleda que se implementara? Pero, en estas, el estallido de la IA creo que nos puede ayudar.
La IA está dando saltos tan grandes que, según he leído por ahí a determinados tecnoptimistas, podría estar al caer una inteligencia artificial capaz ya de programar por encima del control humano. Es decir, que no necesitara del factor corrector humano para determinar qué es seguro y qué no es seguro programar. Hasta ahí hablaré de los peligros de la IA, porque ni me ocupa ni entiendo -que sí me preocupa.
Pero en cuanto a la planificación popular de la democracia, la IA puede ser una herramienta que contribuya a su popularidad. Porque el prestigio que adopta una máquina de este tipo, capaz de resolver diferentes problemas diarios a todas las personas que la utilizan, permite obtener cálculos básicos a todo el mundo sin necesidad de grandes esfuerzos. Por lo tanto, prestigiar un sistema público de IA podría permitir una mejor predisposición a la planificación, al ahuyentar el miedo al cálculo de parte y a la temible sombra de la planificación socialista de la URSS, que aún se edifica en nuestro imaginario colectivo -como si Amazon no contara con ningún sistema de planificación para servirnos cualquier cachivache al día siguiente.
Soy consciente de que esta argumentación es débil. Pero, en esencia, estas son las notas que había sacado de un debate interesante sobre el que creo que se debería acabar profundizando en el seno de esta izquierda que quiere ser transformadora. Sin optimismos tecnológicos, pero también sin fobias.
*SPOILER: lo de profundizar en el capitalismo no
funcionará, y las soluciones tecnológicas no llegarán a tiempo y, cuando lo
hagan provocarán otros problemas de igual o mayor grado que los que pretendían
resolver.
Foto de portada de Dave , de unsplash.com.
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