Conakry, capital de Guinea | Foto de Kris Fricke |
Septiembre comenzó con una noticia que, por más sorprendente que pareciera, era bastante esperada. El domingo día 5, soldados de las Fuerzas Especiales de Guinea entraron en palacio y detuvieron a Alpha Condé, presidente del país durante los últimos 11 años. Éste constituyó el último golpe de estado en África del que tenemos noticia por ahora -no ha sido el único en 2021-, pero también el más icónico. La fotografía de la detención del hasta entonces líder del país, rendido, vestido con tejanos, sentado en un sofá y rodeado de soldados que antes le protegían, circuló rápidamente por las redes sociales. Misma vía de comunicación que utilizó Mamady Doumbouya, coronel de las Fuerzas Especiales que dirigió el golpe. Antes incluso que acudir a la televisión pública Doumbouya dio explicaciones de su acción en un video que circuló por los móviles de toda la población, mostrando su victoria casi antes de que los medios tuvieran noticia del golpe.
Seguramente
Dombouya quiso ser tan rápido en comunicar su victoria y transmitir su mensaje
porque era consciente de la determinación del pueblo de Guinea en mantener y
conservar un sistema democrático que estaba siendo destruido por las maniobras
políticas y la corrupción del régimen de Alpha Condé. Según el Afrobarómetro,
entidad que se encarga de medir el grado de apoyo de los africanos y las
africanas a los diferentes sistemas políticos, casi el 80% de la población guineana
apoya la idea democrática de gobierno y rechaza sistemas de gobierno autoritario.
Con estos niveles de apoyo, los costes de la represión por parte de un régimen
autoritario, sea civil como el de Condé o militar como el que podría imponer
Doumboiya, se hacen muy elevados.
Este nivel de
apoyo a la democracia es, aún así, compatible con las expresiones populares de
apoyo al golpe de estado que se vieron los días posteriores al 5 de septiembre.
Los testimonios de la población son, en general, de alegría frente a la
constatación de que el régimen de cOndé llega a su fin. Y Doumbouya, al menos
en sus mensajes iniciales, ha sido capaz de entenderlo. Ha hecho referencias
explicitas a figuras como Jerry Rawlings, militar ghanés de línea sankarista
que llegó al poder con un golpe pero que es considerado uno de los fundadores
de la democracia en Ghana. Y también ha invitado a no repetir errores del
pasado, en clara alusión al régimen autoritario de Mousa Camara. Además, una de
sus primeras decisiones ha sido liberar a las más de 400 personas encarceladas
por motivos políticos debido a la deriva autoritaria de un Alpha Condé que
había llegado al poder sobre los hombros de un discurso de renovación
democrática.
De regenerador a autócrata
Ganador en el 2010 de las elecciones presicenciales, Condé se presentó como un líder de masas, respetuoso con el nuevo sistema democrático y con un capital político de gran envergadura. Sin embargo, con el tiempo, Condé comenzó a mostrar tics autoritarios, a dedicar su acción internacional en salvar a dictadores -como el gambiano Yahya Jammeh- en lugar de apoyar cambios democráticos. Y convirtió su gobierno en la base de un sistema de corrupción que aprovechaba el boom de la explotación de recursos minerales en el país en beneficio de unas élites cada vez más alejadas de la realidad de la población.Y es que Guinea abrió
las puertas a empresas rusas y chinas en la exportación de minerales como el oro
y, especialmente, la bauxita, mineral clave en la fabricación del aluminio y
del que el país es ya el segundo exportador mundial. Los recursos económicos
dejados por esta nueva industria no reviertieron en la población, sino en las
élites del país, que ahora ven cómo el Coronel Doumboya les invita a participar
en un gobierno de unidad nacional al tiempo que garantiza a la comunidad internacional
que las exportaciones continuarán a su ritmo habitual.
Con todo, el
punto de inflexión de Condé llegó en el año 2020. Con la pandemia de COVID19 escampándose
por todo el mundo, y con un gran número de países declarando confinamientos de
mayor o menor grado para frenar su difusión, Condé pensó que era su oportunidad
de convocar y ganar el referéndum para modificar la constitución, y que ésta
autorizara su aspiración a presentarse para un tercer mandato presidencial. No
sólo ganó el referéndum, siempre bajo sospecha de fraude, sino que también se
impuso en las elecciones de octubre de 2020, esta vez impulsado por una fuerte
represión, y la certeza de que sin el fraude electoral y la violencia política,
la presidencia del país habría caído en otras manos.
Doumbouya tampoco
es un novato en el mundo de la política. Militar de profesión, sobre él se
cernía la sombra de una posible sanción internacional al ser considerado
responsable de acciones represoras orquestadas por el gobierno de Condé. Su
figura era, hasta el domingo 5 de septiembre, la del hombre de confianza del
presidente, de quien recibió el encargo de formar las Fuerzas Especiales. El
hecho de que haya servido más tiempo en el ejército francés -la legión francesa-
que en el ejército guineano ha puesto bajo sospecha su movimiento de toma del
poder, que podría esta conectado con los intereses de Francia en la región.
Además, un centenar de soldados que participaron en el gope de estado estaban,
hasta el día de antes, formándose en unas maniobras dirigidas por una docena de
Boinas Verdes estadounidenses. El Pentágono, por su parte, ha mostrado su
indignación frente a la falta de confianza entre cuerpos militares, y ha
asegurado que no tienen nada que ver con la detención de Condé por parte de las
tropas de Doumbouya.
Entre la condena
y la esperanza
La comunidad
internacional condenó rápidamente el golpe de estado. Tanto los Estados Unidos,
como Francia o la Unión Europea -también el Estado español- no tardaron en
desmarcarse diplomáticamente de Doumbouya. De igual manera lo hicieron tanto la
CEDAO como la Unión Africana. Nadie quiere asumir ninguna responsabilidad en la
gestión del gobierno de Doumbouya, pero tampoco nadie hizo nada para evitar el
deterioro de la democracia guineana o para ayudar a la sociedad civil del país
a hacer frente a los abusos y las represiones de Condé.
Lo que constata
el golpe de estado del día 5 de septiembre es, como bien dice el hioriador marileño
Dagauh Komeman en Africaye, que los sistemas internacionales para prevenir y gestionar
las crisis políticas como la que estaba teniendo lugar en Guinea los últimos
años, han fracasado. La caída de Alpha Condé era necesaria, la población lo
está celebrando y Doumbouya envía mensajes tranquilizadores en cuanto a su
voluntad de realizar una transición democrática en Guinea. Parece que se
formará un gobierno de unidad nacional que permitirá al país avanzar hacia unas
nuevas elecciones presidenciales, esta vez transparentes y justas.
Pero el ciclo de transición
democrática – autoritarismo – golpe de estado – transición democrática
comienza a constituir un patrón, en Guinea y otros países africanos, que es
tristemente común y peligroso. Las democracias del Norte global, así como las
del Sur y sus organismos internacionales, harían bien en comprender, de una vez
por todas, que no pueden confiar en que los costes de la represión serán
demasiado elevados para los líderes autoritarios que garantizan su provisión de
recursos naturales, y que el camino hacia instituciones democráticas fuertes y,
por tanto, hacia la estabilidad política, pasa por apoyar a los movimientos
sociales y a los ciudadanos y ciudadanas de cada país.
Este artículo fue
publicado originariamente en catalán, en el número 531 de La Directa y bajo el título Guinea, o el cop d'estat com a mal menor. Se puede leer la versión online en el siguiente pulsando aquí.
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