Foto de Carlos Zurita | Madrid, Españita | unsplash.com |
Ser de Madrid ahora importa. Ser de Madrid es tener libertad y poder irse a donde uno quiera a tomar una cerveza, aunque sea en mitad de una pandemia. Ser de Madrid es vivir la vida en un atasco o despedirte del familiar moribundo desde una Tablet sostenida por un miembro precario del sistema de salud autonómico. Ser de Madrid ahora es algo, cuando en mis tiempos era precisamente no ser nada, y por eso molaba. Porque los que éramos madrileños o madrileñas lo éramos porque nos había tocado ser de algún sitio. Y, en realidad, era el barrio aquello que importaba y te diferenciaba. Porque veías a los compañeros o amigas que tenían pueblo, o que tenían orígenes en otras autonomías, caminar con su mochila llena de identidad y orgullo local. Y los que no teníamos nada de eso, aquellos a los que nuestras madres nos decían “tú, hijo, cuando te busques una novia mira que tenga pueblo, que así podrás salir los fines de semana”, pues debíamos escapar de turistas fuera de la ciudad para hacer algo que no fuera lo de siempre.
Porque Madrid era
España. Españita entera condensada en todos esos edificios grandes de
universidades, empresas y administraciones públicas -sobre todo, administraciones
públicas. Y eso era lo que nos alejaba de ella. Madrid era aquel lugar que, de
servir a tantos intereses, no era de nadie más que de ellos. Y por eso
te podías reír inventándote una identidad propia del ser madrileño o madrileña.
Ridiculizando los símbolos -¿habéis visto la bandera, habéis oído el himno?- o hurgando
en una historia que no es más que escaparse de fin de semana al barrio de al
lado. Buscando siempre a esa chica que tenga pueblo.
Así que, con
tantas cosas bonitas que ahora tiene ser de Madrid, no es de extrañar que en
estas elecciones autonómicas hayamos tenido mucho más de Madriz que de Madrid,
y se haya jugado a confundir aquello que no es la capital, con la Villa y
Corte. Tremendo bochorno el que hemos pasado quienes nacimos allí. Pero hay una
cosa que, porque la vida pone a cada uno en su lugar, no porque haya sido
premeditado, me parece interesante de estas elecciones: y es que, por fin, haya
un partido político de relevancia en Madrid con unas raíces intrínsecamente regionales.
En esta región
que es Madrid, se ha tendido a jugar a ser España. Tanto PP y PSOE se pasaron
décadas utilizando las elecciones en la ciudad y la Comunidad Autónoma de
Madrid para pasar cuentas nacionales. Los candidatos y las candidatas iban y
venían, en un ciclo de proyección y refugio, que permitía incorporar nuevos
Ministros o buscarles nuevos cargos a los compinches ya no tan ministeriales.
Desde Madrid, el PSOE construyó a Trinidad Jiménez y Miguel Sebastián, o absorbió
a ese pequeño grupúsculo de Nueva Izquierda que permitía debilitar, aún más, a la
Izquierda Unida de Anguita. Desde Madrid, el PP proyectó a los presidenciables
Gallardón y Aguirre, convertidos en Ministros en diferentes momentos. Desde
Madrid, el PP construyó la red de favores que le permitió elaborar lo que ahora
conocemos como Gürtel o Púnica, su verdadera base electoral.
Así que cuando en
2019 Íñigo Errejón crea, con Manuela Carmena, el partido Más Madrid, parece
claro que hay una absoluta determinación a reproducir el modelo de trampolín
hacia otras latitudes. Tras ser arrinconado por Podemos, Más Madrid tendría que
convertirse en la herramienta del político de Aravaca para volver como
protagonista de la escena nacional. El problema fue de cálculo, y no de
estrategia. Y es que el momento en el que se convocan elecciones generales para
finales de 2019, Errejón piensa que puede sacar suficientes diputados para ser
relevante para un PSOE necesitado de socios en el Congreso. La tentación es
demasiado fuerte, y acaba presentándose un partido fantasma, sin bases
militantes y, ni mucho menos, bases electorales. El resultado es evidente: un llamazares
o, lo que es lo mismo, un diputado, él mismo, Errejón.
La situación ha
dejado a Más Madrid como posible tercera o incluso segunda fuerza de la futura Asamblea
de Madrid tras las elecciones de este 4 de mayo cuando, paradójicamente, el
partido no tiene ninguna fuerza más allá de esta Comunidad Autónoma. Así que
nos encontramos, por primera vez, con la oportunidad disfrutar de un
partido regional en Madrid con el único objetivo realista de trabajar en un
programa político madrileño, de dedicar candidatos y candidatas al conocimiento
de la realidad de la región y, en definitiva, de hacer política para Madrid
y no desde Madrid.
Es un escenario interesante
que podría acabar siendo truncado por los tic habituales. Es decir,
porque Errejón volviera a pensar que el crecimiento del partido en la región se
puede traducir en un crecimiento a nivel estatal que, huelga decirlo, no son
más que ilusiones demoscópicas. O porque la necesaria limpia del carmenismo
se quede en la operación estética de los cuatro concejales que han dimitido, y
no siga con aquellos que vendieron Ahora Madrid por una silla -otra más, que
algunos llevan una colección desde hace 20 años.
En cambio, si Más
Madrid asume el papel en el que le han colocado las circunstancias puede
significar el cambio -al menos conceptual y de agenda- de lo que hasta ahora ha
sido la política de la Comunidad de Madrid. Un papel que no es otro que el de
partido regional de Madrid, con una mínima representación en el Congreso, otorgada
por la circunscripción única de la Comunidad, que le otorga capital político
para defender posturas poco comunes dentro de los otros bloques de izquierda. Es
una posición algo más modesta que los aires de grandeza que gasta su bienamado
líder pero que permitiría comprobar, esta vez sí, si de verdad a los madrileños
y a las madrileñas les importa lo que pasa en su región, o prefieren votar en
Madrid lo que quieren para España.
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