Comencemos esto por lo verdaderamente importante: nueve años de prisión, nueve, para dos activistas sociales por haber convocado manifestaciones pacíficas, y por haberlas disuelto. Once años, once, para la presidenta del Parlamento (literalmente, acción de parlamentar, de hablar), por haber permitido que se hablara de todo en la cámara catalana. Y hasta trece años de prisión, trece, por haber puesto unas urnas y permitido que se pudiera votar. Y otra víctima más, coyuntural pero necesaria para la acción de la justicia española: el derecho de manifestación, que ha quedado abierto en canal y a expensas de que cualquier juez, cualquiera, vea en alguna otra manifestación pacífica, como las que hubo en Catalunya, como las que paran desahucios, una violencia intrínseca.
En este contexto, las manifestaciones de estos días en Barcelona son utilizadas por el Estado y sus mecanismos de propaganda para tapar la gravedad de la sentencia y de la venganza cometida. El humo de los contenedores quemados impide ver que, en realidad, lo que hay detrás de las manifestaciones en una crisis de la legitimidad del sistema. Un hilo que, curiosamente, conecta las dos últimas generaciones políticas que ha tenido este país.
Las crisis de legitimidades
En 2010, la paralización de la política en favor de la aplicación de la disciplina económica
colapsó el sistema democrático. El 15M, un año después, fue la consecuencia inevitable de la
desconexión del régimen político de la vida de sus ciudadanos. En Catalunya, esa crisis de
legitimidad por las condiciones materiales vino acompañada de otra crisis de legitimidad, la del
sistema autonómico, debido a la sentencia del Tribunal Constitucional sobre el Estatut. Crisis
de legitimidad del sistema económico, del sistema político y del sistema social.
La realidad es que los acontecimientos de 2010-2011 ya nos pillan lejos, pero de aquellos
lodos, estos barros. El sistema no fue capaz de redactar–más bien no quiso- un nuevo acuerdo,
para restaurar la legitimidad, y pensó que a base de doctrina del shock y palos, conseguiría
recuperar el control de la situación. Pero no.
Las calles de Barcelona se llenan de jóvenes que han perdido el miedo, que se socializaron
políticamente un 1 de octubre de 2017. Las escuelas son sus plazas. E igual que a la generación
del 15M, los antidisturbios y la violencia policial les has ayudado a perder la inocencia. La
violencia en los colegios electorales el día del referéndum constituye su desalojo generacional
de la Plaça Catalunya. Pero, a diferencia de la generación 15M, la generación 1O ha visto cómo
el Estado se ha ensañado con sus líderes o portavoces. Sólo desde esta constatación se puede
comenzar a intentar entender los disturbios de Barcelona.
Al mismo tiempo, el deterioro de la política institucional catalana ha contribuido a generar otra
crisis de legitimidad. Hasta el 21 de diciembre de 2017, fecha de las elecciones forzadas por el
155, la crisis de legitimidad política en Catalunya no había afectado a las instituciones
catalanas. De hecho, una parte de la respuesta social durante el 20 de Septiembre de 2017 se
puede explicar por el hecho de sentir estas instituciones propias como vulneradas por la policía
española.
El fracaso de los liderazgos
La fecha clave para entender qué está pasando en la política catalana es la del día de la que iba
a ser la restitución del President Pugdemont. Ganar las elecciones con ese único objetivo y no
cumplirlo por incapacidad y falta de voluntad, acabó eliminando el liderazgo institucional. La
paralización del Govern del dúo Torra-Aragonés es sólo una consecuencia más de esta crisis de
legitimidad de las instituciones catalanas, que además tampoco ha querido afrontar de cara la
crisis social y de condiciones de vida. Ni Puigdemont se presenta a la investidura de finales de
Enero, lo que podría entenderse como una continuación del llamado mandato del 1 de
Octubre, ni el dúo Torra-Aragonés logra activar ninguna política de recuperación de otro
mandato, el del 3 de Octubre, mucho más integrador y con mayor potencia movilizadora. Los
tres, y sus acólitos, se refugian tras el juicio en el Tribunal Supremo y, cuando éste acaba, la
cortina que los escondía cae, emerge la figura de un enorme capital político como el de Jordi
Cuixart, y se demuestra que Puigdemont, Torra o Aragonés no son nada.
Así que al quedar en evidencia, la única respuesta que se les ocurre es la de intentar liderar la
ola –ahora ya convertida en tsunami-, pero el juego de las comparecencias de prensa
animando a manifestarse ya no funciona, y vuelven a probar el recurso de los políticos débiles:
jarabe de palo, disciplina. Todo con tal de desmovilizar. Estrategia compartida por Moncloa y
por Sant Jaume, como en Octubre de 2017. ¿No queríais unidad de acción?
En paralelo, las izquierdas españolas se muestran perdidas. Madrid, y tantas plazas por toda la
geografía, pasaron por encima de sus líderes para ocupar el espacio público en solidaridad con
el abuso de poder del Estado. Pero el marco discursivo, líquido elemento de sus líderes
político-institucionales, no permite moverse ni un ápice de la foto principal: los presos políticos
catalanes algo habrán hecho, la burguesía catalana noséqué, el independentismo y el bloque
fascista español se retroalimentan.
Un 3O estatal: el necesario tsunami
Continuidad o ruptura, decíamos en 2015. Ahora la dicotomía ha cambiado. Involución o
ruptura. Las piezas en que se rompió el régimen durante los años 2010-2011 están ahora
predispuestas para volverse a juntar. Pero del mismo modo que la economía saliente de la
crisis no está siendo la misma que la de antes, o no volverán los derechos perdidos, los
principios de este nuevo régimen no se basan en el acuerdo político y la construcción de
sociedades cohesionadas. Al contrario, la involución del régimen se basa en el enfrentamiento
y la adhesión incondicional a una ideología de Estado. La Nueva Política quedó en un cambio
de siglas, con líderes institucionales, de izquierdas o independentistas, tan alejados de la
realidad como antes, atrapados entre su forma de vida y los márgenes de la política neoliberal,
sosteniendo consciente o inconscientemente un sistema que les alimenta.
Frente a ellos, las plazas de nuevo. No en su formato idealizado –y naïf- de 2011. No en su
formato controlado tipo yincana –y también naïf- de los 11S. Sino en un nuevo formato de
solidaridad entre pueblos. Siendo generosos en objetivos que no tienen por qué ser
compartidos, pero firmes en las estrategias de lucha contra el régimen. La ocupación del
espacio público, la movilización permanente, el Tsunami democrático, ha de ser capaz de pasar
por encima de los actuales liderazgos de la izquierda española y del independentismo catalán.
Arrasar con ellos para generar unos nuevos, llenos de capital político y con la firme voluntad
de construir una, dos o las repúblicas que hagan falta.
En este contexto, las manifestaciones de estos días en Barcelona son utilizadas por el Estado y sus mecanismos de propaganda para tapar la gravedad de la sentencia y de la venganza cometida. El humo de los contenedores quemados impide ver que, en realidad, lo que hay detrás de las manifestaciones en una crisis de la legitimidad del sistema. Un hilo que, curiosamente, conecta las dos últimas generaciones políticas que ha tenido este país.
Las crisis de legitimidades
En 2010, la paralización de la política en favor de la aplicación de la disciplina económica
colapsó el sistema democrático. El 15M, un año después, fue la consecuencia inevitable de la
desconexión del régimen político de la vida de sus ciudadanos. En Catalunya, esa crisis de
legitimidad por las condiciones materiales vino acompañada de otra crisis de legitimidad, la del
sistema autonómico, debido a la sentencia del Tribunal Constitucional sobre el Estatut. Crisis
de legitimidad del sistema económico, del sistema político y del sistema social.
La realidad es que los acontecimientos de 2010-2011 ya nos pillan lejos, pero de aquellos
lodos, estos barros. El sistema no fue capaz de redactar–más bien no quiso- un nuevo acuerdo,
para restaurar la legitimidad, y pensó que a base de doctrina del shock y palos, conseguiría
recuperar el control de la situación. Pero no.
Las calles de Barcelona se llenan de jóvenes que han perdido el miedo, que se socializaron
políticamente un 1 de octubre de 2017. Las escuelas son sus plazas. E igual que a la generación
del 15M, los antidisturbios y la violencia policial les has ayudado a perder la inocencia. La
violencia en los colegios electorales el día del referéndum constituye su desalojo generacional
de la Plaça Catalunya. Pero, a diferencia de la generación 15M, la generación 1O ha visto cómo
el Estado se ha ensañado con sus líderes o portavoces. Sólo desde esta constatación se puede
comenzar a intentar entender los disturbios de Barcelona.
Al mismo tiempo, el deterioro de la política institucional catalana ha contribuido a generar otra
crisis de legitimidad. Hasta el 21 de diciembre de 2017, fecha de las elecciones forzadas por el
155, la crisis de legitimidad política en Catalunya no había afectado a las instituciones
catalanas. De hecho, una parte de la respuesta social durante el 20 de Septiembre de 2017 se
puede explicar por el hecho de sentir estas instituciones propias como vulneradas por la policía
española.
El fracaso de los liderazgos
La fecha clave para entender qué está pasando en la política catalana es la del día de la que iba
a ser la restitución del President Pugdemont. Ganar las elecciones con ese único objetivo y no
cumplirlo por incapacidad y falta de voluntad, acabó eliminando el liderazgo institucional. La
paralización del Govern del dúo Torra-Aragonés es sólo una consecuencia más de esta crisis de
legitimidad de las instituciones catalanas, que además tampoco ha querido afrontar de cara la
crisis social y de condiciones de vida. Ni Puigdemont se presenta a la investidura de finales de
Enero, lo que podría entenderse como una continuación del llamado mandato del 1 de
Octubre, ni el dúo Torra-Aragonés logra activar ninguna política de recuperación de otro
mandato, el del 3 de Octubre, mucho más integrador y con mayor potencia movilizadora. Los
tres, y sus acólitos, se refugian tras el juicio en el Tribunal Supremo y, cuando éste acaba, la
cortina que los escondía cae, emerge la figura de un enorme capital político como el de Jordi
Cuixart, y se demuestra que Puigdemont, Torra o Aragonés no son nada.
Así que al quedar en evidencia, la única respuesta que se les ocurre es la de intentar liderar la
ola –ahora ya convertida en tsunami-, pero el juego de las comparecencias de prensa
animando a manifestarse ya no funciona, y vuelven a probar el recurso de los políticos débiles:
jarabe de palo, disciplina. Todo con tal de desmovilizar. Estrategia compartida por Moncloa y
por Sant Jaume, como en Octubre de 2017. ¿No queríais unidad de acción?
En paralelo, las izquierdas españolas se muestran perdidas. Madrid, y tantas plazas por toda la
geografía, pasaron por encima de sus líderes para ocupar el espacio público en solidaridad con
el abuso de poder del Estado. Pero el marco discursivo, líquido elemento de sus líderes
político-institucionales, no permite moverse ni un ápice de la foto principal: los presos políticos
catalanes algo habrán hecho, la burguesía catalana noséqué, el independentismo y el bloque
fascista español se retroalimentan.
Un 3O estatal: el necesario tsunami
Continuidad o ruptura, decíamos en 2015. Ahora la dicotomía ha cambiado. Involución o
ruptura. Las piezas en que se rompió el régimen durante los años 2010-2011 están ahora
predispuestas para volverse a juntar. Pero del mismo modo que la economía saliente de la
crisis no está siendo la misma que la de antes, o no volverán los derechos perdidos, los
principios de este nuevo régimen no se basan en el acuerdo político y la construcción de
sociedades cohesionadas. Al contrario, la involución del régimen se basa en el enfrentamiento
y la adhesión incondicional a una ideología de Estado. La Nueva Política quedó en un cambio
de siglas, con líderes institucionales, de izquierdas o independentistas, tan alejados de la
realidad como antes, atrapados entre su forma de vida y los márgenes de la política neoliberal,
sosteniendo consciente o inconscientemente un sistema que les alimenta.
Frente a ellos, las plazas de nuevo. No en su formato idealizado –y naïf- de 2011. No en su
formato controlado tipo yincana –y también naïf- de los 11S. Sino en un nuevo formato de
solidaridad entre pueblos. Siendo generosos en objetivos que no tienen por qué ser
compartidos, pero firmes en las estrategias de lucha contra el régimen. La ocupación del
espacio público, la movilización permanente, el Tsunami democrático, ha de ser capaz de pasar
por encima de los actuales liderazgos de la izquierda española y del independentismo catalán.
Arrasar con ellos para generar unos nuevos, llenos de capital político y con la firme voluntad
de construir una, dos o las repúblicas que hagan falta.
Comentarios