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Acompañando a los titulares sobre corrupción política últimamente vemos en
los medios de comunicación diversas expresiones de movilización. Desde los
movimientos sociales de cariz político hasta las iniciativas solidarias de
bocadillo callejero. Todos juntos, con un aspecto positivo pero también
negativo, nos harían pensar que tras la corrupción viene la tempestad de la
movilización y la tan ansiada –por muchos- sociedad comprometida con su
política. Esta relación que percibimos entre a mayor corrupción mayor
movilización política ¿es realidad o es fruto del efecto altavoz de los medios de comunicación y las redes sociales?
A la hora de participar políticamente, la única manera de contabilizar
dicha participación consiste en los votos electorales. La participación
electoral, la posibilidad real de que una sociedad cambie de gobierno –con las
limitaciones que cada ley electoral pueda tener- es real, y es aquí, digamos,
donde uno se juega el partido –en el más amplio sentido de la palabra.
En el ejemplar de Enero de 2013 de la Revista Internacional de Ciencia
Política (International Political ScienceReview), editada por la Asociación Internacional de Ciencia Política
(IPSA), se publica un artículo de los investigadores Daniel Stockermer,
Bernadette LaMontagne y Lyle Scruggs, de la Universidad de Ottawa en Canadá,
titulado Los sobornos y los votos: Elimpacto de la corrupción sobre la participación electoral en las democracias.
Estos investigadores han realizado un modelo de análisis basado en datos de
participación electoral e índices de corrupción realizados por diversas
instituciones. Pretenden resolver la pregunta antes planteada: El electorado,
¿se moviliza para expulsar (o para apoyar a los corruptos) o la abstención y la
desmotivación se acentúan con la corrupción?
Definen la palabra corrupción como malas acciones privadas entre la
política y los intereses económicos. Lo que abarca el clientelismo, el
nepotismo, la financiación secreta de partidos y los vínculos abiertos y
públicos entre dirigentes políticos o funcionarios y el ámbito privado.
Interpretan el hecho corrupto como una brusca interrupción de la democracia y
la consiguiente pérdida de legitimidad del sistema político.
El estudio observa variables tanto de carácter institucional –leyes de voto
obligatorio, tipo de sistema electoral, grado de importancia de la elección-,
como de carácter socioeconómico y contextuales –tamaño del Estado, grado de
competencia del sistema electoral. Y tiene como variable dependiente el
porcentaje de adultos que vota en cada elección nacional, la participación.
Desde este punto de partida, los autores han observado 343 casos, con
sobrerrepresentación de países occidentales, pero donde han tenido cabida desde
países con un índice muy elevado de corrupción –como Honduras- hasta países con
un grado de control de la corrupción muy elevado, como los nórdicos.
Los resultados del modelo, que en mi opinión están bien fundamentados, son
claros. Existe un impacto negativo, significativo y substancialmente relevante
de la corrupción en la participación electoral. Hasta el punto de que cada
punto ganado en el control de la corrupción hace aumentar en otros seis puntos
la participación.
El estudio tiene en cuenta el caso de España, desde 1986 hasta 2008. Pero
entre esos 343, España aparece desapercibida y diluida. ¿Se reflejan estas
conclusiones en los datos particulares para España?
No se tiene aquí ni el tiempo, ni seguramente capacidad, para replicar el
complejo modelo de los autores exclusivamente para España. Y por otro lado
éstos sólo ofrecen resultados globales de su modelo. Sin embargo, si analizamos
los porcentajes de participación electoral en las elecciones al Congreso de los
Diputados y la percepción de la corrupción como un problema primordial para los
españoles(en la figura), vemos dos cosas interesantes.
La primera, que la percepción de una situación análoga en cuanto a la
corrupción y su coincidencia en el tiempo con unas elecciones generales trajo
consecuencias en la participación muy diferentes. En 1996 los índices de
percepción de la corrupción eran muy similares a los de 2011, pero la
participación se incrementó –ni siquiera un punto- respecto a las elecciones de
1993. Sin embargo en 2011 la participación bajó hasta niveles que no se
conocían en los últimos diez años.
La segunda, que los dos declives más pronunciados en la curva de la
participación vienen asociados a momentos en donde la percepción de la
corrupción era bien diferente. Si en 2000 la corrupción no era vista como un
problema, en 2011 la cosa cambió hasta niveles de percepción de 1996.
En ambos periodos electorales -2000 y 2011- donde la corrupción fue interpretada
como un problema, el PP logró victorias que ya se podían prever durante las
campañas electorales. Son momentos en los que el PSOE no logró convencer al
electorado para lograr la responsabilidad de gobierno. Se podría decir entonces
que la movilización política de izquierdas se ve atenazada e incapaz de
resolver los problemas con la percepción de la corrupción entre su potencial
electorado.
Si asumimos, como parece evidente, que las movilizaciones sociales que a
día de hoy existen son primordialmente de carácter izquierdista, podemos
presuponer que el efecto altavoz y el
clima de la necesidad del cambio político en la dirección del país están muy
relacionados. Y que a diferencia de los titulares de los diarios, la realidad
es que la sociedad está desmovilizada y desarticulada políticamente ante el
desamparo al que las instituciones políticas le han sometido. Importantes
lecciones para cualquier movimiento político de izquierdas que pretenda en un
corto plazo ser protagonista del cambio de dirección política de España. Tanto
el modelo canadiense, como las observaciones más sencillas de nuestro pasado
reciente, invitan a no fiarse del tamaño de letra del titular periodístico o la
cantidad de Trending Topics semanales
y a hacer más hincapié en el color de la papeleta que se tire a la urna. Toquen
cuando toquen las próximas elecciones.
Comentarios
Probablemente el más interesante sea la atribución de responsabilidades (combinado con la cultura política del país). En el caso de España, en la aplicación del modelo de Stockermer y cía. se observa, como dices, que en el momento de mayor corrupción conocido hasta la fecha subió la participación (1996), pero se te escapa un dato aún más revelador. El PSOE, el partido que centraba los casos de corrupción de la década de 1990, incrementó su número de votantes de las generales de 1993 a las de 1996 (que perdió). Según el modelo propuesto, no solo debería haber bajado la participación general sino que además debería haber descendido el apoyo al PSOE. Es en ese punto en el que entra la atribución de responsabilidades: Felipe González fue exonerado una y otra vez por la mayoría de sus votantes de todos los casos de corrupción que afectaban a su partido. Eran otros los que los cometían, nunca él.
Lo que vendría a confirmar, como concluyes, que no hay que fiarse demasiado de tanto titular espectacular y tanto barullo en las redes sociales. Sin embargo, y es lo que difiere el momento actual, esta vez coincide con una crisis cuyas consecuencias se escenifican con recortes, pérdida de prestaciones, bajadas de sueldos, impuestos… una serie de elementos que producen descontento con los políticos (principalmente con los que gobiernan) y arrastra una visión negativa que podría afectar a la participación. Quizás no la corrupción por sí misma, los expertos dicen que pasado un año la mayor parte de los electores pierden la memoria, pero si como un factor más en el descontento generalizado de la población. Y sumando y sumando podría llegarse a ese descenso. Del mismo modo que también podría darse el caso contrario, que alguien sea capaz de ofrecer una idea de regeneración aglutinando gran parte de ese descontento...
Seguiremos observando.
pcbcarpb, tendemos a creer que España es un ente diferente al resto de Estados cuando hablamos de corrupción, que aquí no se castiga la corrupción propia. Una posible explicación de esto -que estaría en consonancia con otros países de nuestra región, pero también de otras- la ofrecen estos días en el artículo ¿Por qué no castigamos? del ElDiario.Es.
Saludos
Por lo que respecta a la corrupción como elemento movilizador de la participación política en nuestro país, no creo que sea un factor determinante, cuando es el descontento el mayor elemento movilizador. Imagino que tendrá su importancia, según cómo sea instrumentalizada por parte de los partidos políticos y sus medios de comunicación afines, donde al parecer, todos tienen mucho que callar; pero entiendo que no es lo determinante.
Una vez más, felicidades por tu artículo.
Un saludo.
No niego que el estudio de casos pueda describir tendencias. Lo que digo es que también hay que tener en cuenta otros factores, como el concerniente a la cultura política, cosa que creo, adolece este estudio.
No es que aquí hagamos las cosas peor que en otros lugares, ni mucho menos. Incluso hasta se habla de que en ciertas regiones de este país hay cierta percepción de que las cosas se hacen mejor que en otras, cuando se demuestra que en todas partes cuecen habas. ¿Propaganda?, tal vez.
Que si la corrupción desmoviliza la participación, no te digo que no, ahí está el estudio que lo corrobora.
Sólo digo que, en mi modesta opinión, hay otros factores que determinan una mayor o menor participación política, incluyendo aquella participación fuera del ejercicio electoral. Insisto, la razón para una mayor participación política pudiera ser el descontento y la instrumentalización que de la corrupción hagan los partidos y medios de comunicación en liza.
Tampoco hace falta que digas cosas que yo no he dicho, ni asumas que soy un pesimista antropológico
Trampa en la que cayó el PP, pues cambió la estrategia, abandonando el ataque a la corrupción e intentando mostrar una imagen de partido de centro que no eliminaría las políticas sociales. Se perdió la tensión y González salió airoso.
Hay una tesis estupenda publicada en el CIS en la que se analizan todas estas variables trabajando con las percepciones ciudadanas y la construcción de las imágenes de los partidos y líderes y su rendimiento electoral en las elecciones de 1993 y 1996. No recuerdo el título... Cuando lo haga te paso la referencia.
Si se habla de la "percepción de la corrupción" y no de la corrupción en sí misma hay que tener en cuenta qué cosas se destapan, cuando se cuentan y cómo. Porque esto influirá en la percepción, digo yo.
Ahora vamos a ver cómo publico este comentario porque el captcha que me propone google no sé qué demonios dice. (segundo intento)
Evidentemente la percepción del nivel de corrupción depende del "escándalo"... pero no sólo de él.
Una cosa es la corrupción política a gran escala y otra cosa es que la ciudadanía, en general, interprete como corrupción o no que el técnico de urbanismo te cobre un "extra" por agilizar los trámites o que un amigo tuyo vaya a un gestor que le cobra 100€ para ahorrarse 500€ en la declaración de renta.
El estudio habla de estos dos tipos de corrupción y de su afectación a la participación política.
En España tendemos a pensar que sólo importa la corrupción política, cuando en realidad somos un país de pequeños corruptores -cultura ocasionada seguramente por la indefensión ante un Estado que se forma durante el franquismo.
Saludos!