Resulta triste y decepcionante toparse con un libro que termina por agotar física y mentalmente. Cuando a las pocas páginas –no más de 10- el lector ha de regresar al comienzo porque los –aún- pocos acontecimientos a los que ha sido invitado se le han escapado y es incapaz de hacerse un mapa mental de la situación pueden ocurrir un par de cosas. Que el autor sea un genio y por tanto requiera de la confianza de un lector entregado. O que sinceramente estemos ante los peores 18€ invertidos de toda la vida.
La obra de Pierre Bayard, que por su título –Cómo hablar de los libros que no se han leído- podría parecerse al manual del buen librero en época navideña, podría tener un duro competidor si el que firma esta entrada se propusiese escribir otro sobre Cómo hablar de los libros que se han abandonado. Y confieso en este punto que no sabría hasta las galeradas si colocar en el título definitivo … que nos han abandonado. Porque es bien fácil abandonar un libro. Devolverlo a su lugar a la estantería, o incluso relegarlo a otro peor –más abajo-, sólo porque no nos han dado lo que nosotros esperábamos de él. Siendo altivos con este libro que abandonamos, nos olvidamos muchas veces de los encuentros casuales que se producen a mitad de una página, de las ideas que sobrevienen en un párrafo y que nunca hubiéramos esperado toparnos. Es por esto por lo que nunca he abandonado un libro a medias. El empeño siempre me ha perseguido, unas veces por cabezonería –“algo encontraré”- y otras por simple y banal orgullo –“este tío barra tía no va a poder conmigo”.
Pero la cosa cambia cuando son ellos, los libros, quienes nos abandonan. Son momentos en los que los libros que habíamos decidido terminar, se largan hartos de que los abandonemos encima de la mesa y de que trunquemos nuestro habitual encuentro con la lectura. Leer algo que te aburre y te aplasta quita en cierta medida las ganas de disfrutar con uno mismo, las ganas de reflexionar. Y esto sólo se lo he consentido a Fukuyama… y porque me lo tenía que estudiar.
La novela de Henry Green, Viajando en grupo, se vende como algo así como una intrépida novela de situación, pero en realidad es un tedioso viaje que no lleva a ningún sitio. Su argumento consiste en situar a un grupo de niños y niñas ricas de la alta sociedad londinense frente a aquello que iguala a todas las clases de la vida moderna. No, no es la muerte, es el transporte público. Esta camarilla de ricos imbéciles, a los que uno no tardaría en mandar a la mierda nada más presentarse, se encuentran atrapados en el hotel de una estación de tren de Londres a causa de una niebla espesísima que impide su salida hacia París. Todos ellos han decidido emprender el viaje en grupo a propuesta del mayor imbécil de todos, el más rico y el más soltero, claro, y la niebla les pilla en una estación atestada de londinenses que, afinados en el vestíbulo, requieren un transporte para regresar a sus casas del extrarradio tras un día de trabajo.
Por supuesto, Green trata de hablarnos de las diferencias sociales y de clase que existen entre los protagonistas de la obra y la masa-rebaño que ante las ventanas del hotel se extiende. Sin embargo el experimento de dotar la obra con aires clasistas no funciona ni tan siquiera cuando Green da voz a algunos viejos sirvientes. Todo lo que consigue es que unas personas que ya nos caían mal nada más presentárnoslas, nos caigan aún peor. Y así hasta que nos da exactamente lo mismo qué suceda con ellas. Debió de ser ése el momento en que el libro, o más bien sus personajes, decidieron volver por sí solos a la estantería.
Con todo, llegué a la página 141 de 227. Demasiado tiempo nadando para ahogarse en la orilla. Sin embargo que cueste seguir con su lectura apenas quedando 80 páginas dice por sí solo qué clase de novela es. No sé cuánto dinero habrá cobrado Martin Amis, el hijo de Kingsley, para decir, según la contraportada, que Green era “Un maestro de la comedia”. O por qué diablos John Updike lo califica de “exquisito”. Puede que porque también ellos fueran niños-pera y se identificasen con estos personajes, pero está claro que el naufragio del viaje grupal es claro. Y eso que van en tren.
El libro tiene alguna cosa buena, para qué negarlo. La primera escena, con la señorita Fellowes deambulando por la estación con una paloma muerta recién lavada en papel de estraza hace reír. El discurso de que estos niños ricos viven por y para su estilo de vida, siendo unos esclavos de éste y, por tanto, más condenados que la masa de trabajadores que espera en el vestíbulo sería hasta interesante si no fuera porque vivimos en un mundo en que la libertad se compra con dinero y entre ser un esclavo de mi decorador y ser un trabajador de la industria londinense de la década de 1930, pues prefiero claramente lo primero. Sin duda, lo mejor de todo, es la extraordinaria portada del libro en la edición de la editorial Lumen. Como siempre, su labor editora es buenísima, aunque el libro se hace un tanto incómodo de leer y a cada página uno se pregunte por qué han traducido esto habiendo tantas obras de Vonnegut por reeditar.
De manera que ahí se queda, en su sitio de la estantería. Yo me voy a leer a Rafael Reig, aunque sólo sea por mera salud mental. Primero porque este tipo es siempre divertido. Y segundo porque, ya que Público me ha privado de disfrutarlo todos los días, pues qué mejor que reivindicarlo haciendo lo que más le gusta a un escritor que hagan con él: leyendo uno de sus libros.
Comentarios
Saludos situacionista.
Eugenio, jajajajajaja. Con lecciones culinarias de ese nivel me extraña sobremanera que Anagrama no lo intente vender como ejemplo de relato medioambientalmente sostenible. Ya sabes: bolsa caca.
leer, con 20 paginas ya podrias abandonarlo.
A veces los libros estan mal traducidos. A veces
las traducciones son mas bien adaptaciones. A veces no puedes traducir el original, por culpa de las diferencias culturales que siempre encuentras, pasando de un pueblo a otro. Un buen juego de palabras, por [el mas sencillo] ejemplo, pierde su sentido pasandolo a otro idioma.
Y no te creas que es facil ser esclavo de tu decorador! Ver como las formas importan mas que el contenido es por lo menos agobiante - habra gente (de los mas sensibles) que se volvera loca por esto.