El ex-alcalde de Barcelona y ex–president de la Generalitat hizo con su enfermedad, el Alzheimer, algo que poca gente pública se ha atrevido a hacer: sacarlo del armario. Este gesto, que la familia de Suarez por ejemplo ha preferido evitar, contribuye a visibilizar una enfermedad asociada con la degeneración del cuerpo humano. Las enfermedades degenerativas, escondidas en los salones de las casas y camufladas con las lágrimas de los cuidadores, provocan la deshumanización de quienes las padecen y la pérdida irreparable de lo que han sido.
Podría argumentarse que, si se ha plantado un árbol, se ha tenido un hijo (o hija) y se ha escrito un libro, la vida de una persona queda completamente predispuesta a que las próximas generaciones puedan recordarla. Jordi Solé Tura tuvo un hijo y una nieta. Escribió libros, pero también una Constitución Española y desconocemos si llegó a plantar árboles. De lo que sí estamos seguros es que todo eso resulta poco para poder alcanzar a comprender todo aquello que la enfermedad está borrando de su mente, todos los pequeños detalles que, una vez eliminados, se perderán en la historia personal y en la historia de España. Un árbol, un libro y una nieta no bastan para abarcar a alguien que estuvo alejado con mucho de la media. Buscando precisamente eso, recuperar la memoria que va dejando caer su padre, Albert Solé, su hijo y director de este documental, ha rodado Bucarest, la memoria perdida.
El protagonista no es tanto Jordi como Albert. Su vida ha estado marcada por las decisiones políticas de su padre y, por tanto, su normalidad se encontró llena de situaciones que no podía controlar ni comprender. Jordi, su padre, se vio metido en una serie de acontecimientos políticos que culminaron en un exilio –“el primero”, dice Albert- que le llevaría rumbo a la clandestinidad comunista en Francia, donde conocería a su mujer, en Rumanía, donde nacería Albert, y en definitiva por todos los escondrijos del núcleo duro del comunismo en el exilio.
Solé nos conduce por la difícil vida un heterodoxo que no se pliega a la norma de la ortodoxia partidista. Exiliado de su tierra y visto raro por ser un intelectual dentro del comunismo, Jordi Solé Tura se nos muestra como un hombre acuciado por sus circunstancias. Regreso a su casa, ingreso en la cárcel, fin de la reclusión en la prisión franquista de La modelo y trabajo con la transición. Y todo esto contado por los recuerdos de quien ya no guarda recuerdos. Solé consigue que los compañeros de cada viaje en la vida de su padre le cuenten qué le sucedió y hasta dónde llegó éste. El exilio, ya lo decía Blas de Otero, es más un desarraigo del interior que del exterior, y la clandestinidad aumenta ese interiorismo del exilio al no compartir con la gente de su alrededor los acontecimientos más importantes que te suceden a lo largo del día.
El documental muestra la vida del epicentro comunista, ese enemigo exterior a la patria española que, por aquellos días, emitía una voz de esperanza desde la Radio Pirenaica. Allí llegó el exiliado de Jordi y, con él, el recién nacido Albert. Observar cómo un hombre de capacidad intelectual es capaz de perder el más mínimo recuerdo de esa época, aún clandestina en la Historia de España, estremece. Casi tanto como verle recorrer las letras que les escribía a su esposa y a su hijo desde la prisión franquista. “¿Esto lo he escrito yo?”… “¡Pues vaya!”.
La vida de Jordi Solé nos muestra las etapas sociales de la España del cambio. Plénamente unido a su mujer durante las duras, las maduras cambiará su recorrido sentimental. Las libertades políticas trajeron consigo el fin de la clandestinidad, la posibilidad de poder hablar abiertamente de sus ideas, y también el divorcio. Solé Tura se separa de su mujer y, por lo que parece insinuarnos Albert, no es más que el reflejo de un momento. Frente al problema, unidos. Tras él, cada uno descubre la vida fuera de la clandestinidad, del partido y de la política.
La cinta nos ahorra los momentos más cuestionables. Aquellos en los que Solé Tura deja el PCE para ingresar en el PSOE, en los que es Ministro de Cultura de Felipe González. Nos quedamos ahí, viendo cómo es incapaz de recordar el nombre de su hijo mientras todos le ponen buena cara. Viendo cómo son sus amigos, sus compañeros de universidad, de celda, de partido, de su primera expulsión del mismo, de su vida, le recuerdan como si ya fuera un ausente. Y lo cierto es que él ya no está ahí. Y nunca más lo estará.
Mención especial para la última escena de la película. Albert Solé ya nos tenía sobre aviso en relación a su capacidad poética con las imágenes. En El Sueño del Agua, documental avalado por la UNESCO y que no deberían perderse, la poesía de su última escena bien merece una lágrima. En Bucarest, nos ofrece un recorrido por un laberinto, el de la memoria, en donde Jordi es buscado por su nieta, a quien Albert nombre "la guardiana de sus secretos". La hija de Solé nos lleva por todos los recovecos del laberíntico jardín, pidiéndole a Jordi que no se pierda. Y uno no puede dejar de pedirle lo mismo. Que no se pierda, Jordi. Ni Ud. ni sus recuerdos.
Comentarios
Ottinger, Harry, gracias. Merece la pena ver el documental. Más para nosotros los politólogos, pues la Historia de España el absurdo consenso de la Transición nos ha imposibilitado llegar a ciertos hechos que se convirtieron en fundamentales. Aquí nos los cuentan.
Un saludo.