Geografía libresca

He cambiado de ciudad otra vez. Mudarse de casa o de barrio en un mismo municipio conlleva el cambio de hábitos. Mudarse de ciudad, aventurarse en los barrios desconocidos, conlleva el esfuerzo de quien desea explorar, romper con las percepciones del espacio en el que nos sentíamos seguros y no caer en la tentación de buscar esas heridas comerciales que, por acción y gracia de la macroeconomía, hoy decoran cualquier ciudad del universo.

Muchos echan de menos su bar, el lugar donde sentarse a charlar con los desconocidos de todos los días. Otros se rinden sumisos ante la improbabilidad de los planes improvisados, al menos cuando no se conoce a nadie en esa nueva ciudad. Yo, que ya me he mudado dos veces a ciudades enteramente desconocidas, que siento Madrid como aquel Unamuno al que le dolía España, echo de menos mis librerías.

Repletos de volúmenes ilegibles, de obras maestras de todos los tiempos, de ayer y de hoy, culpables de la volatilidad de mi pensamiento y capaces de hacerme cambiar de rumbo en una vida ya planificada. Las librerías son un punto de encuentro que habla de la misma ciudad, de su aquiescencia ante la vida ciudadana. Sin ellas, me resultaría casi imposible interpretar la vida de las ciudades que he conocido. He frecuentado librerías españolas, vascas, holandesas, turcas, alemanas o inglesas. La mayoría de las veces sin esperar a que ninguno de sus libros me quisiera decir algo. Cuando sus idiomas se mostraban cerrados, pero sus páginas abiertas, las librerías me han servido para imaginarme que leo en otras lenguas y que soy capaz de desvelar aquello que el autor describe en cada hoja. Y todo por culpa del librero de guardia.

La pasada noche, cuando el frío volvía de improviso convirtiendo mi fina chaqueta en un caparazón desde donde refugiarme de la picajosa aguanieve, una librería se abrió en la esquina y me ofreció cobijo. En esta nueva ciudad que frecuento la tendencia hasta ahora había sido, tengo que admitirlo, la de acostumbrarme a esos grandes lugares donde desconocidos, y generalmente aficionados, libreros no se entrometen en aquello que buscas y no encuentras. Sus muebles de diseño y su organización científica de los títulos -MBA dixit- hacen de sus amplias salas el lugar perfecto para caer en la peligrosa tentación de escoger el libro equivocado. Pero en esta nueva librería había de ser diferente.

Puede que fuera por la escarcha pegada a mis huesos, pero según entré en el local mi cuerpo se sintió como en casa. La tensión de los músculos se esfumó y las pupilas se dilataron para no perder detalle de la primera mesa expositora que encontré. Una sensación de caos invadía la estantería. Nada de orden estructural posmoderno. Aquí los libros se juntan unos a otros por afinidades casuales más que por consentimiento paterno. Ninguna numeración separaba a unos libros de otros. Allí, el organizado caos que presidía hacía que uno se sintiera como en casa. Había un orden mínimo que permitiera localizar lo que fuera al librero y ese orden era fácilmente inteligible por cualquiera que entraba por primera vez. Una secuencia lógica que, una vez averiguada, permitía arrojarse al encuentro con los ojos cerrados. Hasta ahí, todo lo que cabría esperar de una pequeña librería con un gran empeño por subsistir.

Pero el buscador diestro podía distinguir señales que descifraban la librería como algo más especial. De ente las páginas de algunos títulos expuestos sobresalía un trozo de papel, escrito a lápiz, en el que figuraban las palabras “Recomendado por Cálamo” –que era el nombre de la librería. Recomendación del librero anónimo presto tras el mostrador. Acostumbrado a la lógica mercantilista, cualquiera hubiera creído que son esos y no otros los libros que un librero ha de recomendar, pues los distribuidores se los dejan a mejor precio y la ganancia por tanto es mayor. Ocurre con los libros de las mesas mbarianas que se pueden encontrar en cualquier centro. Títulos donde lo importante es la horquilla de beneficio, que no la calidad. Donde la frugal edición de verano o invierno –que las hay, como las pasarelas- se han de vender rápidamente porque si no el título se quema en la hoguera hitleriana de la destrucción editorial.

Los papelitos con esas palabras artesanalmente escritas sobresalían en títulos expuestos de uno en uno. No había un orden aritmético en ellos –algo así como una recomendación por sección o por mueble- sino que lo mismo se apostaban todos juntos en la mesa de literatura, pasaban por alto la de arte, y se diseminaban a partes iguales entre la estantería de filosofía, ciencias sociales o librería infantil. Un orden aleatorio preestablecido por el gusto del librero. Conocedor de su lector, el librero selecciona para Ud. lo mejor de cada casa. En caso de duda, consulte con su librero. Y lo curioso es que no me hizo la menor falta. Según surgían papeles, observaba los títulos y no me lo creía. Cada libro que tengo apuntado en mi hoja de futuribles, tenía papelito de recomendación. Uno por uno, observaba los libros que metódicamente había seleccionado para hojear debidamente. La disposición parecía hecha para mí, y no me iba a dejar llevar por el reparo. “Está bien –me dije- veamos a dónde me lleva esto”, y vagabundeando por entre los libros terminé topando con aquél que habría de regresarme al frío helador de la calle. Naturalmente, escogí uno que no tenía papelito. Por aquello del orgullo y del amor propio más que nada.

Qué frío hacía, sí. Así que me decidí a continuar mi camino a casa caminando por entre las calles que antes me eran desconocidas, pero que a partir de ahora serían para mis adentros “el camino hacia la librería”.

Comentarios

eva ha dicho que…
Me cuesta poner en palabras todo lo que me hizo sentir tu historia. Así que como no estaría a la altura, no lo haré. Te diré que me ha encantado el relato y que ni siquiera me importa qué hay de realidad en él (y te aviso que esa es una -otra- obsesión mía).

Si algun día pasara por esa tu nueva ciudad, ése sería el primer lugar que me gustaría visitar.
eva, tremendamente agradecido por tu comentario. Te dejo en el velo del misterio sobre qué es verdad y qué no para que la curiosidad te haga visitar esta nueva ciudad. Ya sabes que estas invitada desde hace tiempo.
Aloia ha dicho que…
Me fascina tu destreza para transmitir a partir de lo que transmite, cómo eres capaz de hacer crónica a través de los libros, cómo poco a poco tu propia persona se entremezcla como personaje propio de lo que cuando se acaba ya sólo parece hilo narrativo y no crónica. Me fascina sobretodo la ternura y delicadeza con la que tratas a las letras y a los que las miman sabiendo que son tesoreros más que intermediarios...eres un milagro!
eva ha dicho que…
Yo no tenía palabras y aloia las encontró por mi (gracias!). Suscribo! eres un milagro.
Aloia ha dicho que…
(De nada, Eva, un placer...pero que quede claro que ya lo habías explicado muy bien!)
Muchísimas gracias por estas palabras. Están las dos invitadas a lo que quieran. Pasen por la estantería y retiren su consumición cuando quieran.
Reverendo Pohr ha dicho que…
Ummm... ¿No conocerás también, por casualidad, la dirección exacta del Cementerio de Libros, verdad? Prometo portarme bien.

Greetings