Demasiado Sol, para esta época del año

La seguridad del mundo bipolar se establecía en la posibilidad de conocer quién era peligroso y desde dónde venía. Saberse enemigo de alguien previene frente a los métodos habituales y conlleva un sensible esfuerzo de innovación a realizar por parte de los amenazadores. Georgi Markov debía de pensar lo mismo cuando se decidió a criticar al gobierno comunista de su país, Bulgaria.

Markov empezó siendo un prometedor literato búlgaro. Sus obras iban logrando el beneplácito de la crítica y esto no pasó inadvertido para “Tato”. Éste y no otro era el sobrenombre de Todor Zhivkov, Secretario General del Partido Comunista y Presidente de Bulgaria. Tato tenía una gran red de autores afines al régimen y ese círculo se daba en llamar la Unión de Escritores Búlgaros. Si no se pertenecía a esa unión las posibilidades de dedicarse a la literatura en un país como Bulgaria eran remotas y Markov tuvo suerte de ser aceptado dentro de ella en el frío invierno de 1962. Su novela “Hombres” había cosechado mucho éxito y gracias a ello sus obras teatrales, sus libros y sus artículos resultaban interesantes a los miembros de la nomenclatura.

Sin embargo Georgi Markov comenzó a ver más allá de la vertiente idílica que el compromiso político requerido proporcionaba. A pesar de que Bulgaria disponía de una política comunista un tanto diferente de las directrices soviéticas, Markov no terminaba de dejarse llevar por las contradicciones que ese sistema imponía. Eran tiempos de Guerra Fría servida sin guarnición, la discrepancia estaba automáticamente señalada como disidencia y tener un carnet que te hacía parte del sistema no te aseguraba ni un paso en el camino de la crítica.

Para él, que el régimen comunista se dedicara a financiar inmensas mansiones donde residía el presidente de turno, Todor Zhivkov, mientras el pueblo búlgaro sufría escaseces era una contradicción que no casaba con su patriotismo. Terminando por ser señalado, Markov tomó la dura decisión de escapar de su país durante un tiempo. Acomodado en la casa de su hermano en Italia, Markov esperó un tiempo para comprobar si el régimen aflojaba la soga en torno a su cuello, para ver si podría volver a ser un escritor búlgaro aunque discrepara. Lejos de todo eso, el régimen comunista anuló su pertenencia a la Unión de Escritores Búlgaros, retiró sus obras de los teatros y prohibió sus libros. Si un escritor no puede escribir ¿en qué se convierte?

Aquejado de un profundo sentimiento de añoranza, Markov se decidió a emprender una nueva vida allí donde ésta le ofreciera algo. Como tantos otros, acabó en el Londres de los años 70. Allí se esforzó decididamente por comprender la lengua y logró entrar como periodista en el servicio búlgaro de la BBC de Londres. La oportunidad de poder servir a su Bulgaria y, a la vez, ajustar cuentas con el régimen que le había dado todo para luego quitárselo ya estaba servida. Pero no todo iba a ser tan fácil.

Si la Guerra Fría se caracterizaba por algo era por el profundo rencor hacia la crítica que ambos bandos sentían. Para Zhivkov, las críticas de Markov eran de carácter personal y estaba decidido a silenciarle de una vez por todas. Así, dos fueron las veces en las que la policía política búlgara, la temible Darzhavna Sigurnost, trató de asesinarle en Londres y dos fueron las veces en las que Markov salvó la vida por los pelos. Dicen que siempre hay una tercera vez, y que ésta es la vencida.

Georgi Markov se disponía a acudir a su trabajo en la BBC. Como cada ciudadano del Imperio Británico, Markov hacía cola en una mañana londinense en espera de que el autobús de dos pisos parara a recogerle. Esperando en la parada del puente Waterloo sobre el Támesis, miraba el reloj impacientemente. Era el día en el que Zhivkov cumplía años y estaba seguro de que alguna noticia nueva encontraría al llegar a la redacción. De pronto, sintió un golpe en su muslo derecho. Como sorprendido por la brutalidad del choque casual, Markov se giró y se encontró a un hombre con un paraguas quien, muy educadamente y con un acento un poco extraño le sonrió y le dijo “I´m sorry” (“lo siento”) mientas se encogía de hombros y levantaba las cejas en señal de su fatal impericia.

Al llegar a la redacción, Markov comentó con un compañero el incidente y se lamentó de que el golpe le hubiera dejado una pequeña marca en su pierna derecha. Sin darle mayor importancia siguió trabajando como cualquier día hasta que a la tarde llegó a su casa. Cansado y sudoroso, Markov comprobó que tenía fiebre y que comenzaba a sentirse mareado, a tener nauseas. Su situación empeoró hasta que su mujer se decidió llevarlo al hospital. Allí nadie podía decirle qué es lo que le sucedía. El diagnóstico se hacía esperar mientras su salud empeoraba rápida e irremisiblemente. En mitad del sufrimiento, Markov recordó el asunto del paraguas y la herida en la pierna. Relacionó aquello, como no, con los intentos de asesinatos frustrados por parte del régimen búlgaro y logró que le llevaran a la habitación a un par de agentes de Scotland Yard. Les expuso la teoría de que había sido envenenado y que el extraño acento del individuo con el que había chocado era la prueba irrefutable de ello. Los agentes no le dieron mayor importancia pero, al tercer día de estar ingresado, Markov fallecía estrepitosamente sin que los doctores hubieran localizado al culpable de tan espantoso dolor. En estos casos, el diagnóstico más acertado es el que dan los forenses y fueron ellos los que le dieron la razón a Markov.

En lo profundo de la pequeña herida de su muslo derecho, los forenses encontraron una pequeña esfera hueca con orificios alrededor de ella. La esfera tenía 1,52 milímetros y estaba compuesta de una aleación de platino (90%) e iridio (10%). En su interior se encontraron restos de ricina, una de las sustancias más tóxicas conocidas en el mundo y que se extrae del ricino. Los síntomas que Markov presentó coincidían con la intoxicación por ricina y los motivos de su muerte se aclararon. Aunque no hubiera sido el forense quien descubriera la causa de la enfermedad que aquejó a Markov, nada se hubiera podido hacer para salvarle pues aún no se conoce antídoto ante este veneno y el único tratamiento válido es saber esperar a que el paciente se sobreponga por sí mismo.

Poco tiempo después, otro disidente búlgaro residente en París fue tratado de asesinar de forma parecida lo que terminaba de completar el círculo de sospechosos en torno al servicio secreto búlgaro. Sin embargo, al acabar la Guerra Fría y desclasificarse los archivos de Moscú, se pudo comprobar que la KGB fue la encargada de ayudar a Zhivkov y darle ese regalo de cumpleaños, asesinando al disidente Georgi Markov con ricina y un paraguas en lo que se ha dado en llamar: el asesinato del paraguas.

Comentarios

eva ha dicho que…
¿Y cuando sale la peli?

La historia que cuentas es muy interesante. Que la protagonice un escritor discrepante es, una vez más, una gran pena.
Aloia ha dicho que…
Tengo la sensación de haber escuchado esta historia hace tiempo...estremecedora...dá la sensación de que casi siempre pierden los buenos...qué desasosiego le dejan a uno estas historias...
Biquiños!
C.C.Buxter ha dicho que…
Típica historia de la guerra fría; si no fuese porque se trata de matar gente, habría que alabar el ingenio de los servicios secretos para conseguir sus objetivos. Ahí donde los ves, los búlgaros, como otros de la Europa del Este, eran especialistas camuflar asesinatos como simples accidentes de tráfico, a poder ser utilizando grandes camiones.

Hoy en día ya ni para matar hay imaginación. Fíjate si no al lider de Hezbollah que mataron hace poco; coche bomba y se acabó. Esta gente de el Moss... ay no, que la autoría es desconocida...
Reverendo Pohr ha dicho que…
La primera parte de la historia también me ha recordado, efectivamente, al personaje que aparece en "La Vida de los Otros". Aunque, más que el escritor protagonista (Dreyman), tiene el tinte de su veterano amigo Jerska, ex-editor marginado que se acaba suicidando al caer en el ostracismo editorial en la RDA. El mismo fin.

Curiosa la referencia del "Si, primer ministro". Ahora se entiende porque citaron precisamente a los búlgaros.