La Oficina de Trabajo le dice al jefe superior: “Tienes que darme cuarenta hombres”. Con mirada fulminante, llama a los jefes de poblado y les comunica la consigna: “Me han pedido sesenta hombres, dádmelos enseguida”. Los jefes de poblado deciden entre ellos cuántos debe aportar cada uno para sumar los sesenta pedidos. “Yo puedo dar diez”. Llama a sus mensajeros y les dice en secreto: “Dadme quince hombres”. Los mensajeros, provistos de su temible látigo, se abaten sobre los poblados y capturan a todos los que encuentra, de día o de noche. Por supuesto, el jefe de poblado les ha indicado a sus enemigos, y ellos también tienen los suyos, y saben dónde encontrarles. En las cabañas, en los campos, se dedican a la caza del hombre. Hieren y golpean sin piedad, tanto mejor “¿Quieres librarte? Dame una gallina, dame cinco francos. ¿Qué no los tienes? Peor para ti.” Capturan a todos los que pueden para poder soltar a un buen número a cambio de regalos remuneradores. ¡Menuda bicoca son para ellos los períodos de reclutamiento! Se apresuran a llevarle al jefe del poblado a los que no han podido rescatarse, muchas veces sin haberles permitido pasar por su cabaña o despedirse de su mujer. Les encierran con llave para se entregados al escalón superior al día siguiente. El jefe ya tiene a los veinte hombres que había pedido. Pero entonces le llega su turno: “Los que quieran librarse, que me hagan un regalo. ¿Quién quiere pagar rescate?”. Uno promete dos pollos, otros dos se unen para dar una cabra, aquél dará diez medidas de maíz, aquel otro una gran calabaza de aceite. ¡Qué fácil es entenderse! Cinco se libran. Los otros quince serán enviados al jefe superior. Pero los cinco que se libran ¿pueden volver a casa? No es tan sencillo. “Si de verdad quieres librarte, haz que tu mujer me traiga el regalo prometido, pero antes trabajarás una semana para mí.”
Mientras tantos llevan a sus quince compañeros en presencia del jefe superior. Durante varios días dispone de sesenta hombres. Otra vez la misma comedia del rescate. ¿Quién quiere hacerme un regalo? El que me dé una cabra podrá volver a su casa”. Aunque el sacrificio es enorme, es mejor aceptarlo que reventarse a trabajar en una plantación. “Yo te doy una cabra”, dice uno. “No quiero tu cabra”, contesta el jefe, que hace tiempo le ha echado el ojo a la mujer del desdichado. Sabe de antemano quiénes van a partir pase lo que pase, es preciso que sean ellos, y si el jefe lo tiene decidido no hay más que hablar. Alguno estaría tentado de abogar por su causa al pasar a la subdivisión, para tratar de quedar libre, pero no puede hacerlo, porque se expone a toda clase de persecuciones del jefe superior, de su jefe de poblado y de todos los mensajeros.
[…]
Los enrolados ya están en la subdivisión. Pasan un reconocimiento médico. El médico, si no tiene escrúpulos, ve llegar a los hombres con un profundo disgusto y se dice: “Que hagan el trabajo los enfermeros”. ¡Los enfermeros están de enhorabuena! Porque así ellos también pueden decir: “Si me das un pollo te declaro inútil”. Otro recibirá la visita de su concubina: “Éste es mi hermano, suéltale, pon en su lugar a un enfermo al que hayas dado de baja”.
[…]
Por último, cuando se ha completado el contingente, pueden ir a las plantaciones, bajo la atenta mirada de los policías. “¿Y nosotros, vamos a hacer el primo? Si me das dos francos esta noche te sustituyo por otro”.
Testimonio de la señora Dugast, Yaundé, Camerún, 1942.
“El estado en África”
Jean François Bayart
Comentarios
El estado de turno pone la mano de obra para que este llegue en perfecto estado a Europa. Los restos sobrantes (cabezas y raspas)serán alimento para los autóctonos, que habrán de comprarla en submercados. Igual pueden saborear algún trocito de pescado. Mientras, las autoridades lo sopesan. Y el trato les parece fantástico.
Greetings
Un saludo.