Terremotos electorales en Europa



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En los vaivenes de la política europea hace tiempo que no se avanzan dos pasos y se retrocede uno, como se acostumbraba en los 90. En esta Europa post referéndum de la Constitución Europea –ésa que aquí aprobamos dando palmas y que afortunadamente pararon holandeses y franceses- las élites políticas y económicas entendieron hace tiempo que es mejor no dejar la construcción del continente en manos de quienes no entienden de grandes proyectos. Aunque a éstos se les llame ciudadanos.

La construcción europea que vivimos hoy promueve cambios en las políticas más básicas que afectan a los Derechos Fundamentales, sin contar con la opinión de la ciudadanía y, por supuesto, sin hacer amago de abrir el debate a la agenda pública. Sólo así se explica el futuro Tratado sobre el déficit que ha impuesto Alemania o las increíbles medidas de ajuste estructural, propias del salvajismo del FMI en los 90, que se están aplicando en países como Irlanda, España, Italia, Portugal y, sobre todo, Grecia.

Ante este panorama es habitual que cada apertura de urnas signifique la caída del actual gobierno -8 de 8 llevamos de momento. Lo que no es tan habitual es que el nuevo gobierno resultante lleve en su programa efectivo –no el electoral- otra cosa que no sea profundizar en la política de ajuste y priorizar el pago de la deuda y de sus intereses –generalmente a bancos alemanes y franceses-, aún a sabiendas de que eso provocará el aumento de la pobreza en todo su país.

La anunciada victoria de FrançoisHollande en las presidenciales de Francia ha provocado un pequeño temblor en las élites políticas europeas por cuanto podrá significar de enfrentamiento entre el otrora bien avenido eje París-Berlín. O dicho de otro modo, si la expresión de moda en Bruselas hasta hace 20 días era “contención del déficit”, desde la primera ronda de las elecciones francesas no para de escucharse “crecimiento”. Ya no saldremos de la crisis conteniendo el gasto y dedicando nuestros recursos al pago de la deuda, sino aumentando el gasto, consumiendo, produciendo y, por tanto, generando beneficios para pagar la deuda.

De imponerse las tesis de Hollande podría darse la paradoja de que los ex-presidentes socialdemócratas europeos apoyaran en su día políticas de contención del gasto, y los nuevos gobiernos de derechas apoyen políticas de gasto público. El mundo al revés. Cosas de la política de estar a la expectativa y de la Europa de las dos velocidades –los que deciden y los que obedecen.

Pero el pequeño temblor Hollande no ha sido nada comparado con el terremoto Tsipras. Alexis Tsipras no ha ganado ningunas elecciones, es cierto. Pero el ascenso de la coalición que él dirige, Syriza, en un contexto de fuerte castigo a los partidos griegos hegemónicos -PASOK, socialdemócrata, y ND, conservador- ha provocado inquietud en esas élites constructoras de Europa.

De unas elecciones con 300 diputados en juego Syriza ha obtenido 52 (16% de los votos) convirtiéndose en la segunda fuerza política por encima del zaherido PASOK y por debajo de una ND que, con un porcentaje similar de votos (19%), obtiene 50 diputados. El hecho de que el ganador de las elecciones por número de votos se reparta 58 diputados (para quedarse el total del Parlamento en 350) ayuda a esta descompensación, donde ND tiene 108 diputados y Syriza 52.

Tsipras ha aumentado el número de votos y de escaños a través de un discurso calificado por los medios de comunicación oficiales de radical, pero que en esencia se mimetiza con propuestas como las de Izquierda Unida –que gobierna con el hegemónico PSOE en Andalucía- en España o las del candidato a la presidencia francesa Jean-LucMelechon, cuyo apoyo al socialdemócrata –y también hegemónico- Hollande ha posibilitado el cambio político en Francia. Es decir, que cuando los votos o el apoyo de esta radicalidad ayudan a gobernar, ya no lo son tanto. Pero cuando pueden liderar el gobierno, se avecina el caos y la Guerra Mundial.

Syriza no tiene opciones de gobernar, a día de hoy, en Atenas. Ningún partido lo tiene y el país parece abocado una nueva cita en las urnas. Pero en su intención de formar un gobierno de coalición ha sacado 5 propuestas que dinamitarían el proceso de descuartizamiento al que se viene sometiendo el Estado griego desde 2009. A saber:

La inmediata cancelación de las medidas de empobrecimiento de la ciudadanía griega, como los recortes en las pensiones y los salarios. 
La inmediata cancelación de todas las medidas que afecten a la pérdida de derechos laborales, como la abolición de los convenios colectivos. 
La inmediata abolición de la ley de inmunidad de los parlamentarios, reforma de la ley electoral y una revisión general del sistema político griego. 
La apertura de una investigación sobre los bancos griegos y la publicación inmediata de una auditoría independiente al sector bancario. 
La investigación, por parte de un comité internacional, de las causas de la deuda griega, con una moratoria sobre todo el pago de la misma hasta que se publiquen las conclusiones de esta auditoría.


Y todo manteniendo a Grecia en la Unión Europea e incluso en la Zona Euro. Nada que no hubiera firmado la Argentina pre-Kichner en su día. Nada que no hayan hecho ya en Islandia. Y míralas ahora, creciendo, vivos y con política propia en el escenario internacional.

En Bruselas no se han dado por aludidos. Desde Barroso hasta Van Rompuy han declarado que ven que peligre el paquete de las eufemísticas reformas griegas que la troika (Comisión Europea, Banco Central Europeo y FMI) ha impuesto en el país con el apoyo del PASOK y el ND.

Pero mirar para otro lado no arregla nunca nada. Este fantasma recorre Europa más allá de Grecia y aunque tiene más de keynesiano que de marxista, en el fondo contiene algo mucho más peligroso para el hegemonismo actual: la vuelta a una cultura donde son los ciudadanos europeos quienes deciden qué política se ha de aplicar y qué factura se tiene que pagar primero, si la de sus nóminas mensuales o la del recibo del Deutsche Bank.

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