La voluntad de indignarse colectivamente, de dejar el salón de casa, las conversaciones de bar o las teclas del ordenador ha sobrevenido sin apenas esperarlo. Tan inesperado, tan poco relleno de sentido político que ejerce una fuerza hipnótica y poética sobre el resto de la ciudadanía que también se sentía indignada. Pero esa fuerza también es, de momento, su debilidad.
Decíamos hace poco en este blog dedicado al situacionismo -aunque no lo parezca- que la crisis económica había derivado en una crisis más compleja y multinivel. Una crisis, en definitiva, de la legitimidad institucional del Estado para tomar decisiones. Una crisis de legitimidad que afectaba, sobretodo, a aquellas organizaciones situadas en el espectro de la izquierda política.
Incapaces de enfrentarse al sistema que ellos mismos contribuían a crear, las organizaciones de izquierda -partidos, sindicatos, asociaciones políticas- que fueron realmente quienes legitimaron el pacto social y político tras la transición, ven ahora comprometida su fuerza social y, por tanto, su razón de existencia. Las fuerzas de la derecha, por definición, son menos propensas a la autocrítica, menos susceptibles de crisis deslegitimadoras que cuestionen su representatividad. Y es precisamente por este motivo por lo que ellas ganan las crisis.
¿Pero qué haremos después de votar hoy? Hoy, día 22 de mayo de 2011, hay elecciones municipales y autonómicas y, me temo, la derecha -entendida de manera amplia, es decir, el Partido Popular, el Partido Socialista Obrero Español, el Partido Nacionalista Vasco, Convergencia i Unió, etc- arrasará en las urnas. Espero equivocarme, pero este arrebato de indignación ha llegado demasiado tarde para estas urnas a las que nos enfrentamos hoy.
Debemos estar listos para el momento en que el campamento se levante por falta de apoyo social. También en esto espero equivocarme, pero la más que posible victoria de los partidos mencionados en las elecciones de hoy podría provocar que se pinche el globo de la ilusión que se ha venido llenando esta semana. Como en el París de mayo de 1968, durante esta semana se ha sufrido la alucinación colectiva de que la vida puede cambiar, de repente y para mejor. Que tal y como hacemos click y reseteamos el ordenador, podríamos resetear la democracia. Y sin embargo la realidad nos muestra que normalmente no es así.
Los tweets revolucionarios se los llevará la barra de scroll, y llegará el momento en que la actriz de turno, el escándalo social o el terremoto de turno ocupará la parrilla de las redes sociales que nos han ayudado a estar aquí hoy todos juntos. Debemos prepararnos para que ese día llegue sin que nada haya cambiado. Pero esta vez no deberíamos prepararnos a través de la resignación indignada, sino para la participación. Así sin apellidos.
Durante años, al rededor nuestro, sea en Madrid, Barcelona, Bilbao, Zaragoza, Cáceres o Sevilla, ha habido gente organizada, círculos en los que no hemos reparado por menospreciar su esfuerzo o por apreciar nuestra indignación de sofá, nuestro diálogo entre gente parecida a nosotros, que reforzaba nuestras ideas y nuestra autocomplacencia. Más detenidos en advertir nuestras diferencias que nuestras semejanzas frente a un sistema que hoy seguirán reteniendo ellos -que para eso es suyo-, pero al que podemos arañar nuestros derechos organizándonos y levantándonos cada día y en cada momento de nuestra vida con la convicción de que ese día tampoco dejaremos pasar ninguna injusticia ante nuestros ojos. Sea en el supermercado, en el autobús o en la oficina. Sea en la calle, en el hogar que no es nuestro o directamente en nuestras plazas y nuestros portales.
Esto no es París. Hoy no es 1968. Tampoco es El Cairo. Esto es Madrid, Barcelona, Sevilla, Castelldefels... Esto no nos lo cuentan los periódicos. Esto lo vivimos hoy todos nosotros. Podemos salir de nuestras acampadas con las orejas gachas y pensando que todo acabó o con la convicción de formar una nueva izquierda, más decidida a cambiar las cosas que nunca, con base social y capaz de movilizar el voto y la concentración. Con la voluntad de participar en nuestra vida política y social a través del principio de lo que es justo. Construyendo, por fin, nuestra propia realidad frente a la realidad de ellos.
La fotografía de esta entrada es de Gorka Linaza. Puedes ver su estupenda galería sobre la acampada de Sol en su Flickr.
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Salut,
Lluís