Pluja Constant, de Pau Miró

Pocas, muy pocas veces nos viene el teatro a visitar a este espacio. No será porque los destripadores no vayamos a este espectáculo que ya casi cuesta menos que una tarde de palomitas y cine y que, además, siempre promete cosas interesantes. O bien risas, o reflexiones o charlas nocturnas de regreso a casa. Por eso, porque vamos muchas veces, es importante hacer el esfuerzo de plasmar aquí trabajos teatrales tan bien hechos como “Pluja Constant”.

Esta obra está siendo representada en la sala La Villarroel de Barcelona, bajo la dirección de Pau Miró. El libreto es de Keith Huff y ha sido un éxito de taquilla en EE.UU. pasando a ser representada de Chicago a Los Ángeles o Broadway. Aquí nos llega sin cambios de ambientación o adaptaciones del libreto a la cultura local en tanto en cuanto la globalización del imaginario cultural americano nos hace comprensibles cualquiera de los elementos que se representan.

El género del thriller o de la novela negra al estilo americano no está muy plasmado en las tablas. No es habitual ver una obra de teatro sobre una historia de policías y que, a pesar de lo que se piensa sobre el arte teatral, represente la acción de una manera tan trepidante. En épocas del 3D y demás modernidades, poder disfrutar y encogerse en el asiento de impresión por una obra de teatro significa que alguien hace muy bien su trabajo.

Y más si se paran a pensar que sólo hay dos actores sobre el escenario. Joel Joan y Pere Ponce, dos conocidos de las cámaras de televisión, se plantan en la piel de los policías Danny y Joey, un italoamericano y un irlandés –los irlandeses no dejan nunca de ser irlandeses para pasar a ser americanos. Entre ellos dos nos cuentan la clásica historia de policías de barrios bajos de una ciudad norteamericana en decadencia, durante la década de los 70. Una historia de Starsky & Hutch.

Joey y Danny son dos niños hijos de inmigrantes que han crecido en los barrios pobres de Chicago. Allí traban una amistad que continúa hasta el momento en que nos presentan a los dos personajes, adultos, siendo compañeros en el cuerpo de policía de la ciudad. Joey –Pere Ponce-, irlandés, no tiene familia. Vive agarrado a la botella, desilusionado porque siempre le deniegan el ascenso a detective y a la sombra física de su compañero. Danny –Joel Joan- tiene mujer y dos hijos, una casa grande en donde ver la televisión con su familia, una manera poco ortodoxa de ejercer su profesión y el único problema de buscar una salida para la vida de su amigo Joey. A partir de aquí iremos entrando en una historia en donde se mezclan infidelidades, prostitución, drogas y un tiro perdido.

En la versión americana los actores que representaron la obra fueron Daniel Craig –Joey o Pere Ponce- y Hugh Jackman –Danny o Joel Joan. No sé hasta qué punto estos actores eran capaces de hacer sobre el escenario todo aquello que los dos actores catalanes hicieron durante la representación de anoche. La obra está contada a base de monólogos o pequeños diálogos entre los dos personajes. Ellos solos son capaces de contar la historia, de hacer que te imagines a todos los personajes, que, a pesar de que estés sentado en una silla escuchando cómo te cuentan una historia en pasado, saltes inquieto y te estremezcas ante las situaciones de tensión que nos representan.

Joel Joan, un actor que despierta tantas simpatías como odios, está estupendo. Siendo él mismo, es capaz de hacerte sentir el dolor a través del retorcimiento de su cuerpo, de comprobar cómo la podredumbre se va abriendo paso a través de su cuerpo. Pere Ponce está al mismo nivel o más que él. Dos actores complementarios que interpretan papeles distintos y que evolucionan durante la representación. Incluso, en un momento dado, son capaces de interpretar a dos voces una rock que deja en el peor lugar a muchos de los mal llamados artistas de la canción.

Más allá de la historia y de las excelentes representaciones de Ponce y Joan, la obra deja ese regusto amargo que llega tras la derrota. Una derrota que llega cuando el círculo de la vida se convierte en espiral descendente y el personaje se ve incapaz de ponerle freno a su caída. Algo que da tanto miedo porque todos estamos siempre muy cerca de ese abismo que nos refleja la historia. Lo que ocurre es que siempre encontramos escalones a los que agarrarnos en mitad de la caída, escalones que se pueden llamar familia, ahorros o seguridad social. Pluja Constant es la historia de dos manos que se agarran a varios escalones durante una caída, y la historia de cómo, uno a uno, con deferente carencia, éstos se rompen dejando al vacío como único testigo de la tragedia.

Comentarios

Anónimo ha dicho que…
No soy ningún experto en teatro, sólo sé que los dos actores nos transmitieron, todo tipo de sensaciones sutiles y extremas que no estamos nada habituados a percibir en vivo, como si allí mismo estuvieran sucediendo de verdad.
Excelente último párrafo de la crítica, situacionista.