Hace ya tiempo que la cooperación al desarrollo de Europa viene estando marcada por un profundo interés fronterizo. Existen países absolutamente prioritarios para las políticas exteriores y de inmigración de los estados europeos que, irremediablemente, figuran en las listas de relaciones especiales de cooperación. Se utilizan fondos de cooperación para invertir en unos países con la supuesta lógica desarrollo = menos inmigrantes cuando, en realidad, lo que se potencian son las tradicionales alianzas entre las clases políticas europeas y las clases políticas africanas a cambio de que estas últimas lleven la política que desean en París, Berlín, Londres o incluso España. Los estados africanos terminan por modificar su política comercial petrolera o pesquera al son de la música que le marcan desde las metrópolis.
Senegal produce, en esencia, inmigrantes. O al menos así lo deben ver las instituciones europeas, que estiman que este país ha de recibir atenciones especiales en función de que se constituye como una puerta de salida de los inmigrantes hacia las costas canarias. De manera que, para esta lógica, lo que hay que conseguir es controlar esa frontera a cambio de cualquier cosa. Y ésta es la cooperación.
Las relaciones exteriores ayudan a instalar y mantener a personajes en el poder que en cualquier otro contexto ya habrían sido expulsados por su población o compañeros de partido. Es el caso de Abdoulaye Wade, presidente de Senegal, que lleva camino de convertirse en un personaje de cualquier libro de Ahmadou Kourouma o en uno de esos Payasos y monstruos de Sánchez Piñol.
Perteneciente a la entente liberal, Wade era el eterno candidato a la presidencia de Senegal, perdiendo siempre sus elecciones hasta que un inesperado de destino hizo caer al presidente Abdou Diouf. Desde entonces, por el año 2000, Wade se ha encargado de controlar los recursos del país y de moverse en el escenario internacional para convertir al país en un receptor de fondos de cooperación y de inversiones a cambio de ceder el control de las fronteras. Inmigrantes por fondos. Buen negocio sobre el que se está asentando Wade y al que, comprador y vendedor contribuyen de formas similares.
Todos estos elementos políticos endiosados, incluidos los españoles, británicos o franceses, por ejemplo, terminan por creerse en posesión de la verdad y, tras cualquier decisión que toman, sienten que el Estado, sus compañeros y la ciudadanía en general, les debe pagar un precio muy alto por disfrutar de su oportuno análisis. Cada decisión que toman genera, según ellos, una deuda que él se habrá de cobrar en algún momento. Wade ha decidido cobrársela ahora.
Durante este 2010, Senegal está celebrando el 50 aniversario de su independencia política. La diferencia entre aquél momento y ahora es notable. Mientras que hace 50 años, Senegal contaba como presidente con uno de los padres de la Negritud y gran poeta en lengua francesa, Léopold Sédar Senghor, ahora cuenta con el inefable Wade. Para celebrar estos 50 años de libertad, Wade tuvo la ocurrencia de realizar un monumento mastodóntico de cuestionable gusto. La estatua, que habría de ser la más grande de bronce del mundo y representar la libertad africana, mide nada más y nada menos que 50 metros de altura –aproximadamente como un edificio de 15 plantas.
El monumento ha sido ideado por el artista senegalés Pierre Goudiaby Atepa y representa a un hombre y una mujer de raza negra semidesnudos que sostienen a un bebé en brazos. El costo total de la obra ha sido de 27 millones de dólares y fue construida por obreros norcoreanos. Por si fuera poco tal despilfarro en unos fastos libertarios, Wade ha decidido que, como padre de la idea de que había que hacer un monumento espectacular, le corresponden el 35% de los ingresos de los turistas que paguen la entrada al recinto. El dinero lo recaudará su fundación.
Las críticas no se han hecho esperar. Mientras que los líderes musulmanes –religión mayoritaria en Senegal- han puesto el grito en el cielo por contravenir sus preceptos religiosos, hay muchas voces internas e internacionales que han clamado por tal despilfarro en un país con tanto por hacer. Huelga decir, como ya ha señaló Iñaki en su Guerra y Paz del 4 de Abril, que si los 27 millones se hubieran gastado en armamento militar y Wade hubiera cobrado un 35% del costo de cada bala disparada, aquí nadie hubiera clamado al cielo. Pero si traemos esto a un blog sobre África y relaciones internacionales, no cabe duda de que es por una cuestión de modelo de estado y de desarrollo económico y de cómo, desde la política exterior y las relaciones internacionales se ayuda a fomentarlo.
Porque no puede ser que un país que no tiene carreteras dignas más allá de las zonas turísticas –la región sur de Casamance-, esté construyendo una autopista entre Dakar y Diamniadio absolutamente necesaria e imprescindible para el desarrollo del país... y la hagan de peaje. Tampoco dice mucho del modelo de país y de los planes de desarrollo que se eliminen, de golpe y plumazo, las ayudas a estudiantes de la Universidad de Sant Louis –reprimiéndoles además brutalmente cuando protestan por ello. Y, huelga decir, no contribuye en absoluto este clima de corrupción que ha creado Wade que lleva a su gobierno a hacerle un regalo de 133.000 euros a un funcionario del FMI y, cuando todo sale a la luz porque el funcionario lo rechaza públicamente, se alegue que es una tradición africana de regalar algo a la gente que se marcha tras una visita.
Pero eso a la diplomacia aparentemente bienintencionada no les conmueve ni les importa. La diplomacia está para respetar los asuntos internos salvo que se refieran a la Seguridad Nacional. Es decir, mientras que en Senegal se nos deje controlar sus fronteras y el gobierno sea responsable no produciendo inmigrantes, hemos de garantizar que uno de los nuestros se mantenga en el poder a costa de sus ciudadanos.
Una política exterior responsable utilizaría la diplomacia como herramienta para evitar este tipo de apoyo a personajes políticos que utilizan su país y su economía para su propio beneficio económico. Pero estaríamos hablando, clara y desgraciadamente, de política ficción.
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