Letras africanas

"Ser poeta en nuestros días es querer con todas sus fuerzas, toda su alma y toda su carne, frente a los fusiles, frente al dinero que también se convierte en fusil y sobre todo frente a la verdad preestablecida sobre la cual nosotros, poetas, estamos autorizados a mearnos, que ninguna faceta de la realidad humana se vea empujada bajo el silencio de la Historia. He nacido para Justificar a ambos ladoscontar esa parte de la Historia que lleva cuatro siglos sin comer"
Sony Labou Tansi | República Democrática del Congo

De una boda sale otra boda. Como jugando con el refranero, en la última presentación de un libro a la que asistí me invitaron de manera indirecta a presentar no otro libro sino toda una literatura, la africana. Deformación profesional, todo aquél que ha sido librero en otra vida –y que se enorgullece de serlo- termina por aceptar encargos que, a todas luces, le sobrepasan. Y en ello estamos.

Para comenzar habría que detenerse un segundo a comprender la realidad cultural africana, en términos generales, claro. África Subsahariana está compuesta por multitud de diferentes identidades y miles de lenguas que, con los procesos políticos de la colonización, se agruparon aparentemente en complejos políticos estatales. La estatalización de la política africana fue posible, en parte, gracias a la vehiculización de la lengua colonizadora. Allá donde el europeo impuso el inglés, el francés, el portugués o el castellano, hoy aún perdura. Esto quiere decir que debemos considerar a los autores africanos como escritores en una lengua extranjera, pensada para representar otras realidades distintas y que, por tanto, han tenido que hacer el recorrido de adaptar el medio de comunicación a una muy distinta representación del mundo. Y cada autor lo ha realizado según la base de sus realidades lingüísticas, ya sea desde el malinké, yoruba, diola, kikuyu u otra de las lenguas del continente.

Esto implica también que el autor africano ha de realizar la difícil elección entre expresarse en la lengua que le es más suya aún enfrentándose a no ser publicado por falta de medios editoriales y/o mercado, o escribir en la lengua colona, con todas las implicaciones que ello conlleva, tales como solicitar el reconocimiento a una sociedad que no es la propia. Además, cualquier autor africano corre el riesgo de no ser estudiado o entendido en las academias de la lengua colona. Tal como le sucedió a Léopold Sedar Sengor, poeta, quien era estudiado por los lingüistas franceses hasta que, llegada la independencia del Senegal y proclamado primer presidente del país, se suprimió de cualquier programa académico por ser considerado un literato extranjero.

Otro peligro que, en lo que se refiere al estudio de la literatura, enfrentan los autores africanos, consiste en la clasificación nacional. La tendencia general-y este blog también sucumbe-agrupa a los autores por Estados, creando así una bien definida red de escritores polacos, checos, estadounidenses o franceses, todos con unas características similares o comunes. Sin embargo en África esta clasificación muchas veces no tiene sentido. El diola se habla a los dos lados de la frontera entre Senegal y Guinea-Bissau. Los escritores que partan de esa lengua, sin embargo, optarán por expresarse en francés o portugués, según de qué lado vivan, y por tanto sus innovaciones literarias, sus espacios y sus mundos, que podrían estar claramente en comunicación, terminan por ser subdivididos en el estudio al categorizar a unos de autores senegaleses o en lengua francesa y a otros de guineanos o en lengua portuguesa.

En España, la literatura africana a la venta casi no da para un par de estanterías bien ordenadas. Las librerías que tratan autores africanos quizás podrían tener un fondo bastante amplio, sin embargo jamás llegarán a ser grandes arsenales de éstos debido a la falta de público potencial. Y esto se dice con la experiencia de haber sufrido varias decepciones libreras.

Si se tuviera que recoger a un autor africano que estuviera bien editado en castellano, sin dudarlo nos referiríamos a Ahmadou Kourouma. De él, la editorial Alpha Decay tiene dos de sus más importantes obras. Cuando uno rechaza dice no, novela póstuma sobre la guerra en Costa de Marfil, y Los soles de las independencias. Además, también se puede encontrar el ya leído y comentado aquí Esperando el voto de las fieras (El Aleph) un relato del genuino paso de un dictador africano por el mundo.

En Alpha Decay también encontramos las obras de Alain Mabanckou, como la divertida Vaso Roto o Memorias de puercoespín, o del centroafricano Théo Ananissoh, a quien el año pasado le publicaban Un reptil por habitante.

Otro de los bienafortunados que podemos encontrar en castellano con relativa facilidad es el nigeriano Ben Okri. Con Belaqva encontramos sus recomendables Canciones de encantamiento y El mago de las estrellas y también El camino hambriento, novela por la que recibió el Premio Booker en 1991. Además, la editorial española que mejor trata las novelas africanas, Ediciones del Cobre, tiene en su catálogo Riquezas infinitas.

La página web de esta editorial es todo un catálogo de letras subsaharianas, hasta el punto de que distribuyen los autores por nacionalidad. Por destacar alguno de entre todos los autores de su catálogo hablaremos de Amadou Hampâté Ba, quien ha logrado colocar su novela Amkullel, en niño Fulbe en un lugar importante de las estanterías de toda librería que se precie. También, y por hablar un poco de la presencia española en África Subsahariana, se puede destacar a Donato Ndongo, guineano ecuatorial, quien escribe en castellano y que hace unos años tuvo una cierta notoriedad en los círculos africanistas españoles con su novela sobre inmigrantes titulada El metro.

Las novelas de género también tienen su representación en la literatura africana. Y no nos estamos refiriendo a truculentas historias de lucha contra la mujer o relatos precisos sobre lo que es ser mujer en África. Nos referimos, claramente, a la novela negra pues no sólo de detectives escandinavos vive el género. Abasse Ndione, con Ramata (Roca Editorial), ha cosechado éxito hasta el punto de lograr salir en formato bolsillo –un milagro para el resto de autores africanos.

El lector avezado habrá notado que no se ha hecho referencia a ningún escritor blanco. No hay racismo de ningún tipo en esta selección, sencillamente pasa que, como todo el mass media que trata el asunto de los libros, escritores como Mia Couto, Coetzee y demás son de sobra conocidos. Quizás sus historias sean más vinculables con la realidad occidental en la que nos movemos, o quizás son los autores blancos los que se muestran más accesibles a los criterios comerciales, pero el caso es que biografías de éstos abundan, mientras que los geniales autores negros africanos se ven ninguneados en cualquier suplemento dominical. Cabe fijarse en cómo resulta casi un milagro encontrar en una librería de lo viejo la magistral Todo se desmorona de Chinua Achebe, descatalogado hace tiempo aun a pesar de que existe una masa crítica universitaria que lo tiene de lectura de obligado cumplimiento, para darse cuenta de que aquí, todo lo que no venga más allá del Mediterráneo pasa sin pena ni gloria.

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- Contadores africanos.
- Esperando el voto de las fieras, de Ahmadou Kourouma.
- Vaso Roto,
de Alain Mabanckou.
- Aya de Yopougon, de Margarite Abouet.


[La foto que ilustra la entrada es de Eva. Te recomendamos hacer click en ella y seguir la historia tras la que se esconde]

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