En estos inviernos fríos como el que acompaña a la apertura del nuevo año siempre acuden a mi mente las imágenes de las películas de espías. Viejos sabuesos del arte del escuchar aunque no se diga nada, parapetados bajo sus gabardinas oscuras y cobijados en sus adustos sombreros. Son muchas las historias de espías que, en un momento u otro de estos últimos días, han salido a colación con quienes me visitan en este cuartel general. Incluso habíamos comenzado una entrada sobre ciertos mitos de la industria del espionaje, pero Ottinger se nos adelantó con maestría y ya no sirve de nada explicar lo bien explicado. Es por eso por lo que hoy hablamos de Josep Pla.
El considerado como genio de las letras catalanas fue una figura controvertida e incómoda para los izquierdistas por su pensamiento primordialmente conservador en su tiempo presente, pero que en nuestro tiempo pasado termina por resultar sencillamente costumbrista y hasta un tanto tradicionalista. Sus crónicas periodísticas sobre la II República, en concreto sobre los debates habidos en el Congreso de los Diputados, son uno de los mejores documentos que he encontrado –y eso que no he leído más que unas cuantas.
Pla había sido enviado a Madrid justo al comenzar la República por el periódico La Veu de Catalunya, dirigido por Francesc Cambó. Allí conoció los entresijos de los políticos del nuevo Estado y, si bien había alabado los parabienes del mismo, terminó por abandonar a toda prisa Madrid justo antes del golpe rebelde de Julio. Seguramente el conocer de primera mano las noticias le había hecho sospechar la eventualidad de un levantamiento y terminó por marchar de vuelta a Cataluña. Sin embargo, las calles y rostros conocidos tampoco le inspiraron la suficiente confianza y puso pies en polvorosa para marchar camino de Marsella junto con su pareja, Adi Enberg.
Ella, de ascendencia noruega pero catalana de nacimiento, había sido su compañera durante muchos años. Al llegar a Marsella Adi termina por enrolarse en las filas del Servicio de Información de la Frontera Noreste o SIFNE. Fundado en 1936, este servicio de espionaje era privado, es decir, no militar aún a pesar de que su ideólogo fuera el general golpista Emilio Mola. Su manera de actuar durante la Guerra Civil era tan sencilla como eficaz. Aprovechándose de las relaciones personales de sus miembros, se creó una red de información, especialmente en Cataluña, que nutría de rumores y comentarios sobre el estado de ánimo general al gobierno de Burgos. Piezas clave del SIFNE eran las figuras de Juan March y de Francesc Cambó. Las simpatías de Pla hacia el ejército sublevado y el fácil acceso al colaboracionismo que tenía a través de su entorno personal más directo, le condujo a participar del SIFNE y a enviar información al gobierno franquista en Burgos tal y como otros personajes ilustres de la vida catalana, como Eugeni d’Ors, ya estaban haciendo.
Su misión consistía en recabar el estado de ánimo de los exiliados en Marsella así como cualquier tipo de información relacionada con envío de armas o militarmente relevante. La habilidad de Pla para conversar con gentes de muy diverso orden social y político, sumado al hervidero de intrigas políticas que en aquellos días se convirtió la ciudad de Marsella, convertían al informador ampurdanés en una excelente figura del SIFNE.
Sin embargo, la vida no era fácil en la ciudad francesa. Los recursos económicos escaseaban y el servicio de espionaje no era bien pagado debido a su carácter privado y no militar. Pla, que sin duda no pasó calamidades económicas, tampoco andaba con el bolsillo muy sobrado y fue esto lo que le condujo a enviar un mensaje a Burgos reclamando algo poco corriente.
Para sus labores informativas, Pla había de deambular mucho por el puerto de Marsella. Allí conocía a varios exiliados de los que obtenía información. Corría la época de lluvias y Josep no tenía un buen impermeable que le protegiera de las inclemencias. Tan calado llegaba a casa y tan harto estaba que envió este escueto mensaje: “Llueve mucho. Necesito un impermeable”. La petición, que sería incomprensible para un buen funcionario del Marco Lógico de hoy día, fue rápidamente interpretada por los servicios de inteligencia del gobierno franquista en Burgos: algo pasaba en Marsella, algo gordo e importante, que ponía en peligro a Pla y que le hacía pedir protección. Sin duda, un cargamento de armas estaba apostado en aquel puerto.
El militar sublevado que recogió el mensaje de un calado Pla no pudo darle otro significado más que ése y rápidamente todo el mecanismo de espionaje y contraespionaje que se había tejido en torno a Marsella comenzó a rodar. El mensaje pasó de mando en mando hasta que su veracidad fue puesta en duda y, mientras, Pla vio cómo llegaban las lluvias fuertes sin haberle sido entregado su impermeable por un buen servicio al gobierno de Burgos.
Tiempo después Pla abandonaría Marsella y el SIFNE y, por encargo de Cambó, terminaría escribiendo desde Roma su Historia de la Segunda República Española, obra de la que luego no quiso saber nada. Allí, en la soleada Italia de Mussolini, ya no lo haría falta nada para resguardarse de la lluvia.
El considerado como genio de las letras catalanas fue una figura controvertida e incómoda para los izquierdistas por su pensamiento primordialmente conservador en su tiempo presente, pero que en nuestro tiempo pasado termina por resultar sencillamente costumbrista y hasta un tanto tradicionalista. Sus crónicas periodísticas sobre la II República, en concreto sobre los debates habidos en el Congreso de los Diputados, son uno de los mejores documentos que he encontrado –y eso que no he leído más que unas cuantas.
Pla había sido enviado a Madrid justo al comenzar la República por el periódico La Veu de Catalunya, dirigido por Francesc Cambó. Allí conoció los entresijos de los políticos del nuevo Estado y, si bien había alabado los parabienes del mismo, terminó por abandonar a toda prisa Madrid justo antes del golpe rebelde de Julio. Seguramente el conocer de primera mano las noticias le había hecho sospechar la eventualidad de un levantamiento y terminó por marchar de vuelta a Cataluña. Sin embargo, las calles y rostros conocidos tampoco le inspiraron la suficiente confianza y puso pies en polvorosa para marchar camino de Marsella junto con su pareja, Adi Enberg.
Ella, de ascendencia noruega pero catalana de nacimiento, había sido su compañera durante muchos años. Al llegar a Marsella Adi termina por enrolarse en las filas del Servicio de Información de la Frontera Noreste o SIFNE. Fundado en 1936, este servicio de espionaje era privado, es decir, no militar aún a pesar de que su ideólogo fuera el general golpista Emilio Mola. Su manera de actuar durante la Guerra Civil era tan sencilla como eficaz. Aprovechándose de las relaciones personales de sus miembros, se creó una red de información, especialmente en Cataluña, que nutría de rumores y comentarios sobre el estado de ánimo general al gobierno de Burgos. Piezas clave del SIFNE eran las figuras de Juan March y de Francesc Cambó. Las simpatías de Pla hacia el ejército sublevado y el fácil acceso al colaboracionismo que tenía a través de su entorno personal más directo, le condujo a participar del SIFNE y a enviar información al gobierno franquista en Burgos tal y como otros personajes ilustres de la vida catalana, como Eugeni d’Ors, ya estaban haciendo.
Su misión consistía en recabar el estado de ánimo de los exiliados en Marsella así como cualquier tipo de información relacionada con envío de armas o militarmente relevante. La habilidad de Pla para conversar con gentes de muy diverso orden social y político, sumado al hervidero de intrigas políticas que en aquellos días se convirtió la ciudad de Marsella, convertían al informador ampurdanés en una excelente figura del SIFNE.
Sin embargo, la vida no era fácil en la ciudad francesa. Los recursos económicos escaseaban y el servicio de espionaje no era bien pagado debido a su carácter privado y no militar. Pla, que sin duda no pasó calamidades económicas, tampoco andaba con el bolsillo muy sobrado y fue esto lo que le condujo a enviar un mensaje a Burgos reclamando algo poco corriente.
Para sus labores informativas, Pla había de deambular mucho por el puerto de Marsella. Allí conocía a varios exiliados de los que obtenía información. Corría la época de lluvias y Josep no tenía un buen impermeable que le protegiera de las inclemencias. Tan calado llegaba a casa y tan harto estaba que envió este escueto mensaje: “Llueve mucho. Necesito un impermeable”. La petición, que sería incomprensible para un buen funcionario del Marco Lógico de hoy día, fue rápidamente interpretada por los servicios de inteligencia del gobierno franquista en Burgos: algo pasaba en Marsella, algo gordo e importante, que ponía en peligro a Pla y que le hacía pedir protección. Sin duda, un cargamento de armas estaba apostado en aquel puerto.
El militar sublevado que recogió el mensaje de un calado Pla no pudo darle otro significado más que ése y rápidamente todo el mecanismo de espionaje y contraespionaje que se había tejido en torno a Marsella comenzó a rodar. El mensaje pasó de mando en mando hasta que su veracidad fue puesta en duda y, mientras, Pla vio cómo llegaban las lluvias fuertes sin haberle sido entregado su impermeable por un buen servicio al gobierno de Burgos.
Tiempo después Pla abandonaría Marsella y el SIFNE y, por encargo de Cambó, terminaría escribiendo desde Roma su Historia de la Segunda República Española, obra de la que luego no quiso saber nada. Allí, en la soleada Italia de Mussolini, ya no lo haría falta nada para resguardarse de la lluvia.
Comentarios
Greetings
Eso sí, el impermeable ha de ser uno en tonos grises, para confundirse con la oscuridad de los asuntos tratados. ¿No sé cómo se te puede ocurrir que el impermeable fuera de color amarillo? ;)