Escuchar, bonito verbo. Tantas y tantas veces nos han contado la historia de donde vivimos que las imágenes se vuelven caóticas y contradictoras. Donde había un hospital en tiempos de guerra también había una cárcel republicana custodiada por la misma persona que tres años antes había muerto de un cólico miserere en ese mismo hospital. Poner orden en los recuerdos agolpados de varias generaciones es una labor del albañil de la memoria. Hay que tratar que las juntas de esos ladrillos hagan un zig-zag para terminar montando el muro del pasado frente al cual chocamos y desde el cual nos gusta interpretar los hechos de hoy.
Y el mejor lugar para escuchar no es otro que el que ofrecen las reuniones. Cualquier excusa es buena, ya sea una celebración personal en el bar de toda la vida, una fiesta popular llena de gente o la soledad de un paseo nocturno por las calles temporalmente deshabitadas de tu ciudad. Así, de escuchar y escuchar se va juntando la gente. Y de todas esas conversaciones surge una historia popular del lugar donde se vive. Poco a poco creamos las costumbres nuevas y transformamos las tradiciones que nos han contado para que, en esencia, todo siga igual.
Sí, transformamos –otro verbo precioso- y hacemos nuestra la vida de aquellos que un día pasaron por aquí. Repetimos sus gestos, degustamos sus dulces y nos mostramos arrogantes como ellos, tiernos y combativos a la vez. Sabedores de que nada ni nadie podrá con nosotros porque nunca nadie ha podido, y siempre les hemos sobrevivido.
De todo esto, y mucho más que se nos vaya ocurriendo, hablaremos todos juntos. Pero no aquí. Este espacio de La Situación del Espectáculo, perfecta y deliberadamente indefinido, hermano de otros como El Señor Kurtz, Destripando Terrones, Derrota Urgente o ese monstruo colectivo que es Diversidad Diacrítica, no admite desde hoy entradas sobre Madrid. La ciudad que me vio crecer y de la que jamás me exiliaría por muchos vieneses que se me echaran encima, ha dispuesto que le hagamos un blog. Fue ella quien nos eligió una mañana de San Isidro, en la misma casa del Santo y con un vaso del agua milagrosa en la mano. No nos pudimos negar ante tal revelación y hoy contamos con un blog enteramente dedicado a ella, la que toda honra nos merece. Fue Ella también quien eligió el nombre, y sin duda que acertó, pues como ya lo hicieran nuestros abuelos y lo harán nuestros nietos, todos vamos De Magerit a Madrid. Sean bienvenidos, tomen asiento, que vamos a empezar.
Comentarios
bueno, después de esto, sí es cierto que las fotos antiguas de lugares comunes de tu vida, sobre todo si es un lugar desde nacimiento, te invitan a interiorizarte y redescubrurte aunque tú nunca hubieras estado en ese lugar en el que hoy estás, puesto que hace 100 años, por ejemplo, ese lugar era el mismo y a la vez otro. Algo queda en ti de lo que los demás dejaron, sobre todo cuando descubres cosas comunes que se han transmitido.
Un saludo y que la cerveza te acompañe.
Biquiños!
Aloia, si fue en coche, fue un viaje muuuuuuuuuuy largo. Aunque creo que es uno de los pocos viajes -ese de Madrid-Santiago- que la calidad del tren hace apetecible el encerrarse en coche.
Muchas gracias a los dos. Y bienvenidos.
Eso de ver fotos antiguas a veces crea sensaciones raras; para mí es inolvidable el momento en el que ví una fotografía de la calle en la que vivo hecha en los años cincuenta, bajo el pie de foto siguiente: "Mísero suburbio en Santa Coloma de Gramenet". Vale que no había asfalto y estaba todo lleno de chabolas, pero ¡tampoco era para tanto!
PD: el título del nuevo blog me recuerda, irremediablemente, al "Madrid, de corte a checa" de Foxá. Ya lo siento... (aunque, todo sea dicho, las dos primeras partes de la novela están bastante bien)