En un momento de la película, el personaje central nos narra la distribución de su casa. Toda amueblada con los últimos diseños escandinavos salidos de la tienda amarilla y azul y dispuestos a redecorar los hogares de cientos de jóvenes de clase media, incapaces de asumir la compra de un mueble de mejor calidad, incapaces de resistirse a que los muebles hablen de él. Eso mismo es lo que dice el narrador. Que tenía la necesidad de mostrar su personalidad a través de la mesa del comedor, la lámpara del salón o la silla del recibidor. Los muebles nos visten la casa, definen su personalidad y, por ende, la nuestra. Si invitamos a alguien adentro, ese alguien verá la mancha redonda del vaso que se posó en la mesa. Ese alguien se impresionará ante los símbolos que hay colgados en nuestras paredes. Preguntará por las experiencias que reflejan nuestras fotografías y sentirá de cerca nuestros gustos al contemplar los libros de nuestras estanterías. No se trata de que yo sea mis muebles. Si no de que todo eso habla también de nosotros mismos aunque no nos lo propongamos.
En Madrid la Navidad es histéricamente alumbrada. Hace ya unos años en los que el equipo de gobierno municipal decidió modificar el diseño de las luces que dependen de él. Dejando atrás las típicas guirnaldas que aún decoran las calles patrocinadas por sus comerciantes –la mayoría-, el Ayuntamiento corrió en busca de nuevos figurines que hicieran las delicias de los transeúntes y, colateralmente, provocaran ataques epilépticos en los conductores. Además, la moda del árbol se llevó hasta el paroxismo de gastarse un buen saco de maravedíes en pos de engatusar a diseñadores de todos los pelos para que imaginaran y construyeran un árbol singular cada uno –aquí pueden ver ejemplos. Pronto, toda la ciudad quedó engalanada para las fiestas y las gentes corrieron hacia sus casas, buscaron la cámara digital del año pasado y comenzaron a fotografiar este arte efímero e ilusionante.
Cuando, en la última fecha, unos monarcas cargados de
Esos huecos no eran fruto de una compañía de servicios, sino la nueva jardinería de la Villa, capaz de hacer crecer sobre ellos no un árbol o arbusto, sino estupendas pantallas planas de dudoso gusto donde publicitar a los ciudadanos. Sorprende ver con qué rapidez se levantaron las mismas, de una en una, de dos en dos. En esa esquina y allí también. Por doquier, sin importar que pudieran ser fruto de polémica, la pantalla crecía y expandía sus brazos a lo largo y ancho de toda la acera. Sus dos ramas crecidas desde la base abarcaban el desnudo trozo de acera que quedaba libre para el que camina y se inclinaban de forma precisa hacia los vehículos, tapando balcones y ventanas allá donde la calle fuera estrecha. Una nueva decoración había llegado a la ciudad y la suerte era que además daba dinero al municipio.
De aquellos vientos, estas tempestades. Surgen en la acera nada más y nada menos que 900 pantallas colocadas sin siquiera preguntar a los ciudadanos. Cierto, algunas se retiran cuando la abuelita que vive en el primero sale en la tele local diciendo que la han dejado sin su entretenimiento, la vista de la calle. Pero la frustración de no poder hacer nada o poder hacer poco llega a unos ciudadanos que ven cómo el equipo de gobierno hace y deshace sin el más mínimo respeto ni, por supuesto, criterio estético. Esas pantallas, feas, grises y desafinantes con el entorno, hacen bonitos los chirimbolos del Manzano -popularmente conocido como el hijo puta´lcalde-, retan a ser vistas y se suman a los otros 6.000 puntos de publicidad que hay en la ciudad. Juntos, suman no menos de 10.000 metros cuadrados (¡!) urbanos dedicados a la promoción y la recolección del dinero matritense. Y terminan de fusilar a Argüelles con la misma ideología que fusilaron a La Pepa, al colocar una pantalla en donde estaba su estatua. Malos tiempos, sí, para la lírica. Peores aún para el civismo.
Comentarios
navegando por la red he visto tu blog, me he parado para descansar y lo he explorado, me gusta mucho. Ahora continuo mi viaje. Cuando quieras ven a ver mi blog.
Ciao.
Por cierto, una cosa que me acabo de acordar. Lo curioso de Madrid es que mientras tienes todos esos espacios para la publicidad... ¡te multan si colocas un anuncio en una farola o en una parada de bus!
- en el respaldo del asiento de delante del avión, la semana pasada (AirEuropa Madrid-BCN, anunciaban un coche)
- pantallas encima del surtidor de gasolina (Repsol, anuncian... no sé qué anuncian)
Lo mejor de todo tu comentario eva, es la expresión haciendo memoria. La publicidad se mimetiza tanto en nuestro paisaje urbano que tienes que sentarte a pensar dónde más has visto a alguien queriéndote vender algo.
Y todos sentados de brazos cruzados en nuestro chalet con vistas al centro comercial.
Biquiños!
P.D:y gracias por la compañía, por supuesto cuento con vosotros.
Francisco; qué gran paseo construyeron entonces. Espera que Gallardón les pase la referencia del contratista de las nuevas aceras de Madrid, las cuales reflejan la luz del sol 10 veces potenciadas. Resultado, los madrileños somos todos chinos en los tramos nuevos de 10 metros. ¡Viva la integracion!