
La sensación que traigo aquí no es la del lector entusiasmado que corre a recomendar el libro recién finalizado. Tampoco la del hastiado que pide encarecidamente que los quemen. Al libro, al autor y al lector ya de paso. Mi presencia aquí servirá como testimonio de una persona que se terminó Trampa 22, disfrutándolo a mandíbula abierta y detestando volver a él cada vez que se quería retomar la lectura. Porque hay que poner empeño. Tiene el libro momentos en los que uno no se entera bien de qué va la cosa, que hay dejarse entregar a la lectura sin confiar en el autor, simplemente dejando que la sátira o la crudeza de sus páginas se diluyan en la mente y salga de ahí una de las mejores novelas antibelicistas que mezclan humor –del bueno- y guerra. [leer completo]
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Le pediremos a Heller (Herederos De) nuestra parte de los royalties.