Empezando por el final de la cinta diremos que en mitad del silencio sepulcral de la sala se escuchó un “¡por fin!” en el instante que apareció el primer título de crédito. Esto me induce a pensar que muchos de aquéllos que se acercaron a ver la película podrían estar pensando que iban a ver una de asesinatos. Ese grito de uno de los espectadores se une al lastimero tono de otra que, al comienzo de la proyección, descubrió algo que su acompañante le había ocultado. La intención de susurrar para no ser escuchada era evidente, pero la desesperación hizo que todos nos enteráramos de que lo que preguntaba era: “¿Es una película del puto Alex de la Iglesia?”. Así que vamos a desmentir a los dos espectadores mal informados. Ni es una de asesinatos –al menos al uso- por mucho que se llame Los Crímenes de Oxford ni es una típica película de Alex de la Iglesia. De hecho, respecto a esto último, la película parece cualquier otra cosa menos una de Alex de la Iglesia. Y aunque pudiera parecer lo contrario, le sienta bien a la historia. Quizá atado por la guionización del libro –que no contiene ninguna caída por las escaleras, de esas que tanto le gustan a de la Iglesia- la dirección de la película permite mantener la tensión en los momentos claves de la historia y, sobretodo, proyecta todas las visiones en John Hurt, el mejor de todo el elenco de actores allí metido.
La verdad es que tampoco tiene mérito alguno ser el mejor actor de esta película, pero en realidad John Hurt se trabaja ese aire socarrón, engreído y chulesco que tiene su personaje. Nos hace pensar incluso que cuando le da lecciones de lógica matemática al resto de personajes, también se las está dando de interpretación, lo que facilita mucho su protagonismo. Y es que los actores que le tienen que dar la réplica son un Elijah Wood que siempre será Frodo –o Huckleberry Finn, como lo prefieran-, una Julie Cox más que correcta en su pequeño papel y una horrorosa –no se fíen de las paradas de autobús- Leonor Watling, quien debía de matar con sus propias manos al director de maquillaje de esta película.
Así que tenemos, básicamente, una historia de misterio que en realidad es ella misma la protagonista de la película, dejando poco espacio para los actores. Si ese espectador que suspiraba hacia el final de la proyección hubiera leído la cartelera o visto alguna crítica –como esta que hoy les ofrecemos-, hubiera sabido que no iba a ver una de muertos y tensión emocional –que Seven sólo hay una y Morgan Freeman no pudo actuar aquí por problemas de agenda-, sino una película de esas en las que las explicaciones de cosas que no pasan en pantalla son lo importante. Resumidamente, esto no va de psicópatas sino que la película es una diatriba de logística matemática aplicada a la criminología concreta del mundo de la matemática universitaria. ¿Aburrida? En absoluto. Para quienes disfrutamos de las explicaciones de conceptos científicos que apenas conocíamos –vean a Eva explicar los colores- Los Crímenes de Oxford supone una oportunidad de disfrutar con retos mentales entremezclados con misterio del bueno. Y no nos digan que eso no se disfruta porque antes de Seven nadie se sabía los pecados capitales.
Bien ambientada, con una interpretación sostenida por John Hurt y un final a lo Jessica Fletcher que hace sufrir al corazón, la única pega que se le puede poner a esta película es la misma que a todas las adaptaciones de novelas que se hacen para el cine a día de hoy. Y no es otra que la excesiva rapidez en la presentación de los personajes. Un comienzo rápido por la previa de los asesinatos hace que los prolegómenos sean demasiado poco naturales. Se entra muy veloz en la faena de los crímenes y por eso cuando empezamos a elucubrar quién fue lo hacemos sin demasiados datos. Es esa primera parte la que merecía un poco más de metraje a favor de la segunda, quien se lo agradecería. Habrá que esperar al montaje del director.
No digan que no les avisamos.
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