Llegó la descolonización. Llegaron las nuevas formas de hacer política, de hacer negocios y de hacer carrera. África, sumidero del mundo donde todo lo negativo se concentra, debe ser salvada de nuevo y el desarrollo es la respuesta. Sin embargo, incomprensiblemente, la modernización europea no consiguió instalarse en el seno del corazón de las tinieblas. Una modernización quebrada, pensarán muchos. Pero la realidad es diferente.
Desde siempre, los africanos y las africanas han buscado estrategias para la resistencia en el encuentro colonial. Estas estrategias cambiaron durante el tiempo y, por supuesto, continuaron con la descolonización. La política impuesta desde las antiguas potencias coloniales fue reinterpretada por las poblaciones africanas. Se africanizó la modernidad. Un proyecto distinto para una situación distinta. En la modernización europea, aquellos que no encajaban en la sociedad en formación eran expulsados hacia los inmensos contenedores que eran los nuevos mundos –América, Australia y, en especial, África. Gracias a eso la modernidad europea no tuvo que soportar los peligros de una inmensa población desatendida, pudo gestionar su espacio de manera más ágil y, además, contando con los flujos comerciales que esos mismos europeos excluidos esquilmaban a los nuevos mundos.
La modernización africana –a la que Europa contribuye y en la que participa- cuenta hoy con otras características completamente diferentes. La base del sistema político y económico africano es una modernidad clientelar, neo-patrimonial. La base de la legitimidad del sistema está en el abastecimiento económico de las redes clientelares. Si se está dentro de esas redes –aún muy abajo en ellas- la supervivencia de uno mismo y de su familia está asegurada, si se está fuera, todo peligra. Es entonces cuando África necesita reinventar el encuentro colonial, cuando las poblaciones africanas excluidas de espacio en su sistema político necesitan migrar, buscando nuevos horizontes que les permitan buscar un futuro para ellos y para sus descendientes. Pero se encuentra con las puertas y las mentes europeas, cerradas y obstinadas en ver que aquello que viene de África no es más que el fruto de las luchas bárbaras de unos salvajes incapaces de organizarse como sociedad moderna civilizada. Incapaces de comprender a su hermano africano.
Las puertas cerradas provocan las imágenes más estremecedoras que uno puede recordar en años. Gente que salta vallas, que cruza estrechos, que se pierde en los mares de la ingratitud mostrada por quienes les deben más que la vida. Junto a la retina de Tian´anmen, del desplome del muro en Berlín, del Caucescu ahorcado por el pueblo, hoy nos podemos quedar con ese cayuco varado y esa escalera artesana colgando de la alambrada.
Y sin embargo seguimos encontrándonos con África a cada paso que damos. Aún no se terminó ese encuentro colonial que ya en el siglo XIX anteponía la empresa a la persona. Hoy podemos encontrar infinitesimales ejemplos de empresas trasnacionales que cruzan los mares yendo a parar a África con la intención de sacar una mayor tajada. En Asia se escoge a las poblaciones más desfavorecidas, se las emplea en trabajos donde la remuneración es una entelequia. Mientras, en África la población no importa. Se apartan con un manotazo miles y miles de personas de una región con tal de que el mineral, o lo que sea, llegue a donde tiene que llegar en hora. No hay cosas imposibles en África, sólo hay cosas complicadas y menos complicadas.
Últimamente los negocios deben de estar mal, porque ahora ya no sólo se sacan minerales. Ahora también se pueden sacar niños. La noticia de la detención de un avión fletado por una ONG francesa con el que pretendía sacar a 103 niños de Chad con la justificación de que eran huérfanos y la pretensión de darlos en adopción ya en Francia deja a cualquiera sin habla. Y nos deja a todos nosotros, hijos de la modernidad, frente al espejo. A África echamos a los indeseables sociales de nuestro tiempo más pasado. Desde África recogimos a los trabajadores menos cualificados fruto de los cuales tenemos el presente. Ahora les cerramos las puertas a los que siguen queriendo dejarse la vida en el tajo europeo antes que seguir trabajando en sus países y, asombrosamente, exportamos aquello que más nos falta: la infancia. Cuando nuestros índices de natalidad son los más bajos, exportamos los niños y niñas que nos hagan falta, les damos una cultura europea y así podremos reproducir los modelos modernos en el futuro. Serán los niños sustraídos al continente africano los que dominen las economías africanas, convirtiendo todo esto en el más macabro juego nazi de hacer de los condenados sus propios guardianes.
Comentarios
Muchísimas gracias por tu comentario, siempre acertado.