Matadero Cinco, de Kurt Vonnegut

La mañana pesaba y el camino iba a ser largo. Era uno de esos días en los que uno amanece aquí pero se acostará muchos kilómetros más lejos, allí. Fue precisamente por eso, porque acababa de terminar el libro que tenía entre manos y aún me quedaban dos trayectos en metro y un viaje en tren desde una ciudad a otra. Entré en la librería con mi libro recién terminado y rebusqué en las estanterías. La presa habría de ser barata, pues la cartera no estaba llena y aún me tenía que sobrar para un breve almuerzo y la cena. Cuando todo parecía ser descartado la mente empezó a trabajar –como casi siempre a última hora- y corriendo me llevó hacia la sección de bolsillo. ¿Estaría Matadero Cinco en ella? No hubo dudas cuando el lomo rojo del ejemplar de Anagrama apareció ante mis ojos. “Me llevo éste”.

Y es que tenía ganas de leer algo de Kurt Vonnegut. Tenía comprado en casa El desayuno de los campeones pero aún no le había echado el ojo. Me lo compré cuando un buen amigo me dijo que era su “autor vivo favorito”. Yo le contesté que no tenía ningún autor vivo favorito, pero que me leería El desayuno de los campeones para poder decir lo mismo. Justo al día siguiente Kurt Vonnegut murió en su casa de Nueva York y desde entonces teníamos una deuda pendiente. Aún no le había echado mano al desayuno pero la oportunidad que me dio aquella pequeña librería no la podía dejar escapar. Ese regate que Kurt me hizo había de ser vengado, daba igual que el nuevo “autor vivo favorito” fuera Ian McEwan, “¡Vonnegut! Tú y yo en la estación del tren… ¡YA!”. No podían hacerse prisioneros. [leer más]

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