Iniciada por encargo del Gobierno de los EEUU con la intención de reflejar la vida típica de un soldado cualquiera destacado en
De nuevo nos volvemos a encontrar con la figura de un soldado como protagonista, y serán sus ojos a través de los cuales podamos descifrar qué sentido tiene todo aquello que está viviendo en la contienda bélica. Jackson será nuestro infiltrado en el ejército estadounidense. Él cuenta sus vivencias en el ejército en tiempo pasado, luego por lo tanto no puede estar muerto. Para que la visión de todo fuera aún más catastrófica, Saroyan dotó a Jackson de dos elementos fundamentales: la extrema juventud para un soldado –apenas 19 años cuando ingresa- y la convicción de que él mismo es tonto, de que no vale nada. Con un personaje así, Saroyan nos asegura inocencia en cada pasaje y falta de autoestima. El ejército no le hará madurar ni le hará fortalecerse. Tampoco la guerra. Será precisamente la contraposición a estas dos cosas y la presencia de diferentes compañeros de litera lo que acompañará al soldado en el camino de la madurez, de la formación de una opinión ante los acontecimientos que parecen dominar su mundo y le dotará de la necesidad por poseer un proyecto de vida, fuera cual fuera, ante el proyecto de muerte que le han preparado otros a él.
Los paralelismos entre ésta y las novelas de Schweijk y Chonkin pueden parecer obvios. Sin embargo Saroyan se diferencia de los otros dos autores europeos en que trata de expresar el dramatismo inherente a cada instante del ejercicio militar. Ya sea en primera línea de batalla, en la retaguardia del frente o en el puesto más alejado e impensable de la defensa de la nación. Una cosa sí es común a las tres novelas: los oficiales –es decir, los que mandan, los que necesitan al ejército para mantenerse a sí mismos- son imbéciles, cobardes, ruines y todo lo demás que se supone que no es un militar. Ahí radica especialmente el antibelicismo de esta novela, en la humanidad que respiran los soldados rasos, incluso algunos sargentos, frente a la vileza de los oficiales.
Asegurados los bandos, de un lado las personas, del otro los militares, podremos disfrutar de esta novela si estamos preparados para lo peor. La tristeza abunda en ella, el humor dulce y tierno de los momentos difíciles no cubrirá el dramatismo de cada instante. Saroyan sabe que la guerra es triste, que es el más bajo momento de la vivencia humana, y de ahí que el libro esté lleno de surcos de tristeza y dolor por no poder alcanzar la vida feliz que todo hombre –y mujer- merece. La guerra afea todos los momentos, por muy dulces que éstos pudieran parecer, y termina por afectar a cada fibra del ser que es el soldado Jackson.
Tanto en terreno estadounidense como en el continente europeo, nuestro protagonista irá encontrando gente de amable carácter, implicados en una guerra que no es suya y que desean pasar por ella de la manera más digna. A todos les ha pillado la guerra por medio, sin que ellos lo pidieran. Los dirigentes han decidido que tiene que haber guerra y por tanto hay guerra. Y son todas estas personas las que pagan el pato.
Un detalle que no oculta Saroyan durante toda la novela es la falta de disciplina de los acuartelados. Desde siempre que se piensa en soldados, en guerra, en militares, le vienen a uno a la mente las obligaciones del fin del individualismo, de la integración en una masa uniforme de individuos que, gracias al pegamento de la disciplina, llegan a actuar como uno solo. Pues no, dice Saroyan. Aquí todo el mundo hace lo que le da la gana… si tiene dinero para ello.
He dicho antes que la novela destila un ambiente triste y tierno, pero también podríamos verlo por otro lado. La novela es alegre porque muestra que todo el mundo es bueno –al estilo de Camus, claro. Todas las personas tienen algo de bueno y la guerra es una situación como otra cualquiera para poder dar a conocer esa cara. Jackson, nuestro protagonista, sabe sacar lo humano de un conflicto militar y labrarse una vida cuando para él estaba programada la muerte. Resulta que al final no es tan tonto como parecía.
Una buena novela, independientemente del carácter antibélico que tenga –algunos dicen ya por ahí que si no es sobre soldados, el libro no me interesa. Sin duda una apuesta sobre seguro de aquellos que optaron por éste y no otro agasajo. Habrá que seguir leyendo a Saroyan a ver si aguanta nuestro ritmo. Por cierto que la edición de Acantilado, como siempre, más que un sobresaliente. Lástima de lo abusivo del precio, pero como esta vez no me tocó pagar a mí...
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