La noche de los libros


El pasado lunes 23 de Abril fue Sant Jordi o San Jorge, día del patrón de Cataluña. Por las Ramblas de Barcelona multitud de puestos de libros y flores callejeros regaban la ciudad de éstos y éstas en pos de continuar con la tradición. Una flor para ellas, un libro para ellos. Siempre me pareció bonita esta tradición ajena a mi cultura matritense. La de señalar un día donde era obligatorio regalar un libro –la tradición ha terminado por hacer que las mujeres también sean agasajadas con un libro además de una flor. Todos mis amigos pueden dar buena cuenta de lo que me gusta regalar libros. Hasta tal punto que entre más de uno el hecho en sí de aparecer con un libro en fecha señalada es ya algo tan sagrado como que después de la primera cerveza viene la segunda.

El hecho de escoger un libro para otra persona es, en mi opinión, algo más importante que el escoger una camisa o incluso una lámpara que decore esa recién estrenada vivienda indigna. Acertar con un libro que provoque al regalado es casi un arte. Primeramente hay que conocer bien a la otra persona. Hay que tener presente que ese libro que vamos a comprar no es para nosotros, sino para él o ella. Al que suscribe le cuesta mucho saber distinguir entre ese libro que estoy mirando para regalar o ese libro que me gustaría que me regalasen. Máxime cuando me prohíbo comprar más libros por tener saturada la bandeja de entrada de próximas lecturas de ocio y tiempo libre –la de trabajo siempre ha estado a tope, así que el problema ya se ha vuelto crónico.

Tras haber dejado atrás los sentimientos personales en la búsqueda de ese libro a regalar no nos queda sino empezar a pensar qué queremos transmitirle a la persona que lo va a recibir. Si queremos que se emocione –La isla del Tesoro, de Robert Louis Stevenson, siempre desee tener un nombre como éste- o si queremos provocarle pensamientos impuros –Los 120 días de Sodoma del Marques de Sade. Si queremos hacer que tiemble de miedo – cualquier cuento de Edgar A. Poe- o queremos que reflexione ante las barreras que hemos construido entorno nuestro –Opiniones de un payaso, de Heinrich Böll. Claro está que hay libros inregalables a cierto tipo de personas. No podemos regalarle a alguien que carezca de fino olfato aventurero El Corazón de las Tinieblas de Joseph Conrad. Ni podemos regalarle a alguien que carezca de la cualidad de la abstracción El Aleph de Jorge Luís Borges. Acertar con un libro es saber tocar la fibra sensible a la otra persona. Complicado pero emocionante al mismo tiempo.

Otro asunto bien distinto es saber qué libro comprar para nosotros mismos. En este sentido recuerdo las palabras de José Carlos Somoza, el otro día en la Feria del libro de Londres. Este autor decía no plantearse la incompatibilidad de la comercialización del libro y la creación literaria. Según él, el libro pertenece a un mercado más del mundo en que vivimos. La labor del autor consiste pues en poner en circulación una historia y, cuanto más abierta sea esa historia, más público querrá tener acceso a ese mercado literario. Grave comentario si tenemos en cuenta de quién viene, un escritor empeñado en hacerse acreedor de una fama de buen literato y que ha terminado por convertirse en eso que algunos defenestran: un best-seller en el honroso mundo de la novela policíaca.

Asumir que el libro, la literatura, está sumergida en el mercado y, sin miedo alguno, enfrentarnos al hecho de que existan los libros como existen las aspiradoras conduce a cierto tipo de mundo que no me gusta, sinceramente. En mi opinión, los libros no son aspiradoras con las que podamos cumplir unas funciones vitales. Leer un libro no es una función vital, es cierto, conozco gente ilustrada que ha terminado por renunciar a los libros en pos de las revistas y periódicos de todo tipo. El arte de crear está en distintas partes y no hay que asustarse por ello. Sin embargo el libro, el hecho de escribir o leer uno, es un hecho más trascendental en sí mismo como para asumir que sea el mercado quien lo controle o lo gestione. Cualquiera puede escribir un libro si así lo requiere su manera de expresarse, y en ese momento creativo el mercado no tiene que ver ni se asoma a lo que uno desee expresarse. Es la función de publicarlo donde el mercado tiene algo que decir.

Efectivamente, uno puede escribir cuanto quiera, pero sin una publicación –y lo más importante, su distribución- la función de comunicación del texto queda imposibilitada. Bien es cierto que la banda ancha permite una distribución alternativa del texto, y como prueba de ello existen numerosos blogs literarios, o bien se pueden descargar en programas de P2P –yo me he descargado textos no publicados en castellano de autores como Zamiatin que bien merece que ONO me esté engañando día sí y día también con mi conexión.

En el hecho mismo de la distribución consiste el peligro del acceso a la literatura. Existen innumerables editoriales, miles de ellas, que publican textos inéditos, nuevas traducciones de clásicos, reediciones, compilaciones… ¿Cómo elegir pues en este mercado de la literatura? ¿Cómo saber qué libro es bueno y qué libro es un refrito de otros? ¿Cuál es el logaritmo-google que nos permita buscar entre una librería llena de títulos?

Para contestar a estas preguntas merece la pena que echemos de nuevo la vista a la noche del 23 de Abril. Esa noche, el Ayuntamiento de Madrid permitió abrir en horario nocturno a todas las librerías que lo deseasen, ya fueran de comics o de libros militares. Y si lo solicitaban, además les daban subvención para conferencias y conciertos dentro de la tienda, les regalaban un par de botellas de vino espumoso y unas cuantas copas de cristal. El objetivo: llevar a la gente a las librerías –desconozco si las bibliotecas públicas municipales también abrieron hasta tarde, pero si no lo hicieron el espíritu de la noche quedó algo más corrompido. Para aumentar los incentivos de los voraces lectores, la ley permite ese día un descuento máximo. El precio del libro como producto final es marcado por los fabricantes –los editores- contrariamente a lo que ocurre en el resto de mercados. El vendedor sólo puede negociar el precio de compra de esos libros al fabricante y, como mucho, hacer un 5% de descuento en la venta al público. El día del libro, el 23 de Abril, se permite un 10%. Ya está todo preparado para asistir a la ola de personas buscando sus libros en la librería.

Sin embargo, el mercado de venta de libros –continuando con la lógica somozista- termina por estar copado por los grandes peces. La impersonalización de la compra-venta de libros hace que la gente acuda a por su gratificación instantánea a un gran almacén. La misma noche de los libros se pudo comprobar cómo la gente se acercaba en masa por los pasillos de los grandes centros comerciales de venta de libros sin consultar ni pararse a pensar qué libro podría estar buscando. Cualquier cosa vale en un acto como la adquisición de un libro. Un acto que termina por convertirse en algo impersonal, instintivo, como el que compra cuarto y mitad de carne picada o cinco camisetas de oferta. Cualquier referencia es buena a la hora de comprar un libro, de manera que si alguien conocido lo ha recomendado yo debo leerlo también.

Hace poco tiempo hablaba aquí sobre el hecho curioso de que tras la recomendación de Sánchez-Dragó de un libro –El enamorado de la osa mayor, de Piasecky- en su Diario de la noche en Telemadrid éste fuera literalmente arrancado de las estanterías de varios centros comerciales. Asimismo pasó con otros títulos regalados por el escritor a personalidades específicas que entrevistaba. Lo mismo que pasó con el libro de Piasecky, regalado a Ortega-Lara, pasó con El dios de las pequeñas cosas de Roy, regalado a Ángel Acebes –de regalarle Pinocho hubiera acabado donde Yanke- y con otros títulos que, al parecer, termina leyendo él mismo en su programa. Los sábados por la tarde, cualquiera puede pasearse por los centros comerciales y verá cientos de lugartenientes de chaqueta de pana con recortes del Babelia en la mano en busca de su preciado trofeo. Y docenas de trabajadores de sueldo mínimo acuden en busca del último título reseñado en los diarios gratuitos de la capital.

La impersonalización del arte de la escritura-lectura. El mercado o mercadeo que hoy está terminando con lo que tenía de artesanal el mundo del libro nos lleva a ir en busca del título más vendido, de cualquier cosa y si ha salido en algún mass-media, mejor. Rechinando como siempre ante mis oídos la frase más escuchada hoy día en presencia de cualquier libro “¿No has leído La Sombra del Viento? Pues tienes que leerla” no me cabe sino recomendar desde aquí la esencia artesana del libro expresada en su más alta representación: la librería y la figura del librero. Son muchas las librerías que, a pesar de los beneficios globales del sector, terminan sucumbiendo y cerrando sus puertas. Dicen que no les llegan clientes, que los que les llegan terminan por ir en busca del mismo título de siempre que, por cuestiones de mercado, ellos casi no llegan a recibir –las grandes superficies se quedan con ediciones completas- que llegan con sus títulos apuntados en una hoja de periódico y, si no los encuentran, se marchan para no volver. La única salida que hay es romper con esa impersonalización que se impone en este hecho.

Un libro es una comunicación entre dos personas. Uno puede sentarse a dialogar con otro tipo que murió hace cientos de años, ver qué cosas tenían en común, reírse de las mismas cosas y opinar de maneras distintas. Pueden respetarse o insultarse, pueden inspirarse el uno en el otro. Y eso no lo puede controlar el mercado. No puede resultar de un libro una comunicación impersonal. Un librero sabrá qué hacer si busca un libro. Un librero sabrá qué quiere Ud. escuchar del puño y letra de otro. Un librero nunca negará que un libro pueda ser malo, le ofrecerá otro mejor. Un librero no le venderá la aspiradora más cara, sino el libro que mejor se adapta a Ud. Le ayudará a buscar las emociones que está buscando y le prometerá hacer todo lo posible para encontrar el ejemplar que le falte en su estantería. Un librero, por último, sabrá decirle “no lea Ud. a Prada… porelamordedios”.

Comentarios

eva ha dicho que…
Vaya, hoy me tocaste el corazón.

Para mí Sant Jordi es el MEJOR día del año, me encanta el ambiente, me encanta que la calle se llene de gente y que por un día, hablar de libros sea normal. Además está muy arraigado a mi cultura y a mi manera de ser, forma parte de mí. Cuando eramos niños mi madre nos llevaba a una librería y podíamos escoger "el libro que quisieras, pero solo uno". Qué combinación de libertad y responsabilidad!!

Leer me encanta, me traslada, me emociona, en fin, no lo explicaré mejor de lo que tú lo hiciste. Me ha emocionado la manera como describes escoger un libro para alguien... Igual que en lo de prohibirse a uno mismo comprar más libros por saturación de la bandeja de entrada!! jajaja, en fin, me he identificado mucho con tu explicación.

Sabes? debe de ser tan fácil escoger un libro para mí que las dos personas que más me conocen seguramente en el mundo (una es mi madre) me regalaron el mismo libro!! A saber, Las pequeñas memorias, de Saramago. Por suerte, he conseguido cambiarselo a un amigo por El Emperador, siguiendo tu propia recomendación.

Cada año, pasado el día de Sant Jordi, habilito en el comedor de mi casa una estanteria en la que expongo (a mí misma, pero bueno) los libros que me han regalado o me he comprado aprovechando la fecha. Y voy acumulando con los meses ganas de empezarlos: los reordeno, pienso por cual empezaré, cambio de opinion una y otra vez...

Creo que me estoy alargando en exceso, pero antes de que me echen de de este blog todavía quiero gritar: vivan los libreteros que te aconsejan, te estimulan y te hacen marchar de la tienda a la que solo entré a mirar con dos o más libros debajo del brazo!

Un besazo.
C.C.Buxter ha dicho que…
Maravillosa entrada bibliófila.

¡Cuánto cuesta elegir un libro para alguien! En Sant Jordi he sido el Recomendador Oficial de Libros de mi hermana y varias amigas, y aunque ha costado lo suyo, he de admitir que me lo he pasado en grande... Los libros son de las pocas cosas que me gusta regalar (y comprar, para ser sincero), quizá por la excusa de tener que buscar títulos, aventurar gustos, leer reseñas...

Me permito la licencia de recomendarte un libro a tí y a todas las personas que adoran los libros: "84, Charing Cross Road", de Helen Hanff. Una pequeña maravilla, te lo aseguro.


PD: Me he propuesto no hacer ningún comentario sobre la malvada recomendación final que atribuyes a todo librero que se precie de ser honrado...
EVA; bien escogido tú has, pequeña aprendiz de Kapuscinski jejeje. Ese libro tiene la mejor definición de Desarrollo del mundo. Si la encuentras hazme saber tu opinión. Me alegro de que compartamos pasión por la lectura y de que la defensa de los libreros también te implique. Es un orgullo haberte emocionado, así que no te preocupes por cuanto escribas. De aquí no echamos a nadie y mucho menos a los amigos.

C.C. BUXTER; Muchas gracias por tus comentarios. Sobre tu abstención a comentar la última frase te diré que no pude evitarla. Salió sola, sin que yo lo programara. La recomendación que haces, sin duda, es muy buena así que la secundo. Un saludo.
Aloia ha dicho que…
Como pasa el tiempo, llevo días y días queriendo escribir un comentario en este post, y resulta que los días se han convertido en meses...cómo se escapa el tiempo.

Cuando leí este post, me pareció exquisitamente dulce tu forma de habalr a cerca de las letras, de sus secretos, de sus guardianes y de sus formas de regalarlas.

Cuando leí este hermosa oda a los libreros, quise darte las gracias porque hacía tiempo un amigo me hablara muchísimo a cerca de un libro y yo no recordaba el autor y no estaba segura del título...gracias a tí, me he recreado, por fin, con Opiniones de un payaso.

Gracias.

No hay nada más hermoso que el que regala un libro pensando en los ojos que lo leerán.

Besos y perdón por la tardanza.
Aloia, me alegro mucho de que te gustará el post. La verdad, los otros dos comentarios me alegraron también mucho. Para mí, comprar a los libreros es pura ideología. Trato de evitar los grandes almacenes todo lo que puedo.

Si te animas con "Opiniones de un Payaso" te aseguro que no te decepcionará. Buenos amigos tienes que te recomiendan esos libros.

Y que sepas que nunca es tarde, si la dicha es buena.

Agradecido quedo yo, desde luego, por tus piropos.

Un beso.