
Siempre he mirado con envidia películas como "La estrategia del caracol", "El inglés que subió una colina pero bajó una montaña" o incluso películas como "Billy Elliot". En ellas siempre pude ver cómo pequeñas localidades, o pequeños microcosmos se levantaban contra lo establecido creando sus propias recetas para la resistencia. De todas ellas me quedaba el regusto en la boca de que uno siempre puede ser más si se une, de que si por un instante se inicia una estrategia colectiva, conduzca a buen puerto o sea un completo fiasco, se instala la sensación de que el poder no siempre son esos señores bien vestidos.
La envidia viene de ahí. De ver cómo la gente tiene con quién unirse. Siempre he sido hijo único desde que recuerdo, y por eso ya de pequeño buscaba pequeñas señales en los compañeros y compañeras de juegos que me indicaran un "te apoyo", un "estamos en el mismo barco, camarada". Yo, por entonces, vivía en un bloque donde había 2 escaleras de 8 pisos con 4 apartamentos cada uno, 64 en total. Echen cuentas. A razón de una media de 3 personas por apartamento: 192 personas viviendo en aquel infernal edificio. Imposible ponerlos de acuerdo sobre el color de la moqueta del portal, ¡imaginen sobre la revolución y los que aún la queríamos tanto! Más tarde, mis padres se decidieron a cambiar de casa, que no de barrio. Lo ideal para mis proyectos transgresores era un edificio pequeño, donde no hubiera más de 60 personas viviendo y en el que residiera la gente joven del barrio. Pero no. Mis padres decidieron mudarse a un edificio donde sólo había dos apartamentos. ¡Sólo dos! Y además, el piso de arriba estaba habitado por un matrimonio joven de clase muy media y con la vida inmersa en la actividad profesional. Como se llevaban bien con mis padres, ya no se discutía ni sobre la moqueta. Si algo no le gustaba a uno de los dos matrimonios se cambiaba. El consenso se había instalado en nuestras vidas.
Ahí pasé los años, la vida. Buscando entre mis compañeros habituales y aquellos que me encontraba en distintos caminos, alguno que quisiera transgredir conmigo. Alguno encontré, pero me llamaban ácrata de salón y cosas por el estilo. Así que poco a poco seguí con la misma búsqueda de la transgresión, pero ya no buscaba a nadie con la mirada.
Y ya casi había perdido la esperanza -¡vive dios!- cuando repentinamente Gallardón me da los motivos suficientes. Tanto tiempo buscando el hábitat perfecto, y lo tenía ahí. El más grande y hermoso de todos. Es cierto que ya no vivo en mi barrio ni en mi ciudad -que es Madrid, por si no lo habían adivinado. Los estudios me han traido lejos de las palmeras de chocolate de la Puerta del Sol, de los domingos de la Gran Vía, de las croquetas frente al Congreso. Me han alejado hasta electoralmente hablando porque -y ahora sí me pongo dramático- me he visto en la obligación de empadronarme fuera del Forito. Pero todo esto no quita para que sienta la necesidad de conjugarme con todos aquellos damnificados por la gestión gallardoniana.
Refugiados Ambientales de Madrid, Quijotes Madrileños frente a Gigantes Parquímetros, Sufridores en Casa... ¡UNÁMONOS! No es posible que por soterrar la M-30 tengamos que derribar casas, barrios, tengamos que hacer morir comunidades que llevan años juntas. No es posible que nuestros abuelos ya no puedan ir a pescar por las mañanas, que hasta el río se ha mudado, cansado de nosotros. No podemos ceder ante el impuesto criminal que suponen esas cajas azules frente a las puertas de nuestras casas. El sueño de los madrileños no es vivir en una ciudad olímpica, sino vivir en su ciudad, no tenerse que ir a vivir a una ciudad de las afueras.
Hubo un tiempo en donde el Pueblo de Madrid se levantaba con ira ante quien se atreviera a decirle cómo tenía que vivir. Es hora de volver a decir basta. ¡Esquilache me recorre las venas! Gallardón: Daoiz y Velarde salen a tu encuentro.
Comentarios
Hasta la victoria, casi siempre!!!
El que se va a amotinar, pero bien, es mi menda si no veo otro artículo pronto... un saludo
Quediro Harry, me consta perfectamente quién era Esquilache. Tan bien conozco la historia que, efectivamente, escribí "Esquilache me recorre las venas". Lo puedes interpretar de varias maneras, pero nunca presupongas que no conozco la historia de Madrid, compañero. Ser chamberilero es un lujo por el que hay que hacerse valer. Cuando puse lo que puse quería escribir una metáfora. Si Esquilache (que lo escribo así) me recorre las venas mi sangre hierve... yo me amotino. O míralo de otro modo. El motín de Esquilache me recorre las venas, por lo tanto es el sentimiento madrileño el que me aflora.
¿Aclarado el mal entendido?
Aún así, se agradecen los intentos de mejorar el blog. Y descuida, que falta poco para la nueva actualización.
Un abrazo de quien te quiere bien.
mi aclaración era sólo por tocar los cojones... claro que comprendí tu metafórico comentario, y me alegra que te indignes como madrileño y como ser humano de la insidiosa actuación de nuestro edil supremo... asimismo tb declaro mi indignación supina ante lo que considero una tropelía más en su saldo... Sólo quería que continuases con esa bonita labor de la crítica social en el blog... que se echa de menos en esta sociedad del botellón (se me saltan las lágrimas)
gracias por quererme tal y como soy, no esperaba menos de tí. Recibe un fuerte abrazo de otro que te quiere homosentimentalmente