Catalunya, una historia de poder popular por encima de los partidos

Qué rápido se ha pasado de ser la “locura de Mas” al “desafío de Puigdemont”, pasando por “las imposiciones de unos antisistema como la CUP”. La manera en cómo se interpreta lo que está pasando en Catalunya muestra muchas cosas pero, en especial, la voluntad de no mirar más allá de los actores políticos tradicionales. En la Transición se pasó por encima de una gente tremendamente movilizada, tremendamente politizada, tremendamente represaliada.  Y en el proceso independentista catalán, también se quiere pasar por encima de ella negándole el protagonismo del que se ha hecho merecedora.

No sólo por las increíbles manifestaciones de cada Diada -desde 2012, que se dice pronto. Sino porque, llegado el momento clave, el día D, la hora H, ha sido la gente la que ha tirado adelante este proyecto basado en referéndum y República. Incluso, a veces, a pesar de unas  ANC y Omnium que dejaron de ser ONG para ser gubernamentales a tiempo completo. Y, paradójicamente, han sido los líderes de estas dos organizaciones quienes han pagado primero el pato. Jordi Cuixart y Jordi Sánchez han sido detenidos y enviados a prisión sin fianza por dos motivos. Por ser la cabeza visible de una organización social que no está dispuesta a dejar que el Estado pisotee este proyecto democrático. Y por ser la parte más débil del gabinete de Puigdemont, los únicos que no ostentan cargo oficial alguno, que no son nadie en el BOE.


Los días que transcurrieron entre el 20 de septiembre –día de la detención de 14 altos cargos de la Generalitat- y el 3 de octubre, la sociedad catalana terminó de cohesionarse en torno a la idea de democracia. Bomberos, agricultores, estudiantes, abogados, profesores, estibadores… casi todos los sectores de la sociedad catalana se posicionaron a favor del referéndum y, no contentos con eso, lo demostraron con multitud de manifestaciones y actos de poder popular en las calles. La estrategia del Estado quedó desbordada, pero también la del Govern catalán y la de los partidos políticos de derecha y la izquierda española –incluida Catalunya en Comú.

El Govern (y ANC, y Omnium) vió cómo la gente defendía la apertura de los colegios y se organizaba fuera del redil controlado que han sido las manifestaciones de las Diadas. Los Comité de Defensa del Referéndum (CDR) se convirtieron en la mejor arma, el 15M a la catalana, con la ventaja de que eran 15M de escala local, de barrio, de colegio. Allí las personas se reconocían unas a otras, vecinos que jamás habían compartido un ápice de política, compartieron una idea y la ejecutaron. Estaban solos y tenían miedo, pero salieron a encontrarse con otros como ellos, y ya se encontraron siendo muchos.

Desbordada la idea del Govern de no celebrar el referéndum, le tocaba el turno al Estado. Reprimir, hacerlo con dureza, desde primera hora, en poblaciones grandes y en poblaciones pequeñas, difundir el terror a ser roto –literalmente- por ejercer el voto sobre la independencia. La apuesta estatal fue, si hay colegios, urnas y papeletas, que no haya votos y que haya miedo. Y hubo miedo, mucho. Pero que fue conviviendo con el ritmo en que unos se juntaban con otros, y con el que todos esos se transformaban en Síes (2 millones) y Noes (177.000).

En tres días, los dos gobiernos habían perdido la iniciativa en este proceso. El día 3 de octubre, huelga general y parón de país en Catalunya. Nuevas manifestaciones del poder popular, de solidaridad y de repulsa de la violencia del Estado español. El día 8 de octubre, demostración del flojísimo impulso del españolismo en las calles. Es difícil defender el no-proyecto, la no-propuesta, quedarse sólo con la identidad de una bandera que trata de tapar los moratones de las porras.

Y nueva ofensiva institucional para intentar contener esto. El 10 de octubre tocaba República, pero la secuestró el ajedrez. Puigdemont tiró de recursos convergentes para decirle a la gente que en Catalunya manda él, y no los CDR, y no los moratones, y no las manos rotas, o los bomberos, o los estibadores. Ni la CUP, que diría Mas. Ni ERC, que lo digo yo, que de tan callada que está, es capaz de acabar pidiendo una República para llevar. Y el Estado, a lo suyo, desde lo institucional, desde la Ley y el Orden, desde la legislación franquista. Desde el 155 al delito de secesión (pacífica, que debe ser lo mismo que ETA en los últimos tiempos, o sea, todo lo que le moleste al señor que manda). Y nuevamente todos a pensar en qué hacen las instituciones, en el choque de trenes entre dos administraciones públicas –¿Qué son los gobiernos sino simples administradores? De lo común y de lo público, sean hostias o subvenciones. Y nuevamente el fantasma de las elecciones para tapar por arriba lo que la gente ha hecho jirones por abajo. Elecciones catalanas, con o sin independentistas, pero ante todo autonómicas. Y con el consenso de todo el espectro político, desde la extrema derecha ciudadanista hasta la izquierda en común. Todos en busca de una nueva silla en el escenario ocupado por la multitud venida del gallinero.

Pero la gente, tozuda, sigue insistiendo. Y el CDR del Poble Nou ya tiene 700 personas. Y el CDR de Sant Boi se manifiesta en silencio delante de una caserna militar y rodeados de batallones fascistas que les amenazan. Y en Sabadell se acaban reuniendo los CDR de todo el país para desbordar la estrategia de todos los políticos, lo que gobiernan el Estado, los que secuestran Repúblicas catalanas o los que, cada lunes, hacen rueda de prensa para intentar ser garantes de la unidad de España sin que se note. Para decirles a todos esos juristas que son las leyes, como antes lo era el mercado, las que tienen que servir a la democracia, no la democracia la que se pliegue a las leyes.

Y así, de nuevo, una guerra. La de quienes dominan las instituciones contra las de quienes son dominados. La de esta revolución democrática de los de abajo. Y es por eso por lo que no la pueden consentir. Ni aquí en España, ni en Catalunya ni en Europa. Y también es por eso por lo que no van a poder con ella ni con 155, ni con secuestros de Repúblicas, ni con imperios de la ley, ni con elecciones autonómicas. Atentas, que guanyarem.



Foto: Omnium Cultural 

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