El arte soviético

Hay legados de la Unión Soviética que ni el mismísimo Karl Marx -o Carlos, como se decía en España en los 70- hubiera planificado. Sorprende que muchos de ellos, como el miembro de la KGB, Vladimiro Putin -esto no lo traduzco-, ni siquiera estaban en el ideario. Que un fiel defensor de la dictadura –porque dictaba y fíjate tú lo que duró- del pueblo llegase a ser Presidente de una Federación de Estados que favorecía la creación de grandes fortunas amigas y que atentaba contra ese mismo pueblo que dictaba en nombre de la defensa de la Federación –chiste para los fans de Star Wars.

Sea como fuere, la Revolución de 1917 trajo consigo la inquietud por entender las cosas desde otro modelo que no fuera la Modernidad Capitalista. Siempre siguiendo los designios filosóficos que se establecieron a finales del siglo XVIII con las dos revoluciones –la francesa y la americana- la URSS trató de materializar un paradigma de sociedad diferente. Esto, como no podía ser de otra manera, influyó en el arte.

El arte era entendido por esta nueva ola artística como comprometido con la sociedad y con las luchas de los pueblos. Frente a la visión del arte puramente estético y por el placer, la Revolución Soviética acogió a los artistas que tenían una visión transformadora de la sociedad a través de sus obras. Las vanguardias artísticas de aquella URSS, unidas a los movimientos que en Occidente promovían la revolución del arte, crearon una manera diferente de entender la expresión artística. En este punto se ha de reseñar la tremenda aportación española. Una aportación que vino provocada, en gran medida, por dos oportunidades. La primera, disponer de un espacio, como lo era la Residencia de Estudiantes, en donde artistas de diferente índole compartían momentos e ideas. La segunda, y más fortuita, fue que una de las primeras traducciones de la obra clave de Freud La interpretación de los sueños fue la traducción al castellano, llevándose consigo nuevas ideas que transformarían a toda una generación artística.

Pero el arte, y más el comprometido, no entiende de órdenes sino de respuestas a las dificultades sociales. Así fue que cuando Stalin llegó a controlar la URSS, decidió arrancar de cuajo las inquietudes artísticas y controlar este mundo a través de personas afines o de la extorsión. Una parte importante de este movimiento murió aquí, en este punto. Sin embargo la llama seguiría viva. Y no sabían hasta qué punto.

En 1971, durante el mandato como Secretario General del PCUS de Brézhnev, la URSS buscaba petróleo y gas en el desierto de Karakun. Este desierto es el más extenso de Asia Central y el décimo de todo el mundo con sus 284.900 km2. Su superficie es arcillosa y, como corresponde a un buen desierto, tiene escasa vegetación y pluviometría.

Entre búsqueda y búsqueda, los operarios toparon con una gruta subterránea que no estaba documentada. “¿Será eso un problema?” debió de preguntar el comisario político de la expedición. “Hmm… no, taladramos aquí y allá y lo solucionamos en un periquete”, debió de responder el capataz. Diez minutos después estaban todos en el fondo del cráter que se había creado con el hundimiento de la tierra provocado con los taladros.

Pero, como en el viejo Asterix, ¿Todos? No. Todos menos uno, quien como aquel soldado de Maratón corrió y corrió hasta Moscú para explicar lo que había sucedido. Le escuchó atentamente el Secretario General –el querido camarada Leónidas- quien rápidamente envió a sus asesores a inspeccionar el agujero –o pequeña irregularidad en el terreno, cual túnel del Carmel, que se llamó oficialmente-, y al cabo de pocos días le presentaron un proyecto para la recuperación del material de prospección. Al fin y al cabo, técnicos había muchos en la Unión Soviética y los obreros muertos no se quejaban mucho. La idea para recuperar los equipos fue bien sencilla: se lanza a un equipo de rescate con cuerdas, y se sube poco a poco el equipo. Luego, si da tiempo, se subirá también al equipo de rescate.

La operación “trae p’acá esas máquinas” comenzó con amplias esperanzas de continuar con las prospecciones en un corto periodo de tiempo. Sin embargo nada más comenzar surgieron los primeros imprevistos. El equipo de rescate tenía la manía de respirar para vivir en una acción que sin duda comenzaba a ser incompatible a cierta profundidad de la gruta, donde los gases letales invadían el aire. Después de perder al equipo Alfa en el camino, el director de operaciones comprendió qué era lo que estaba pasando y envió al equipo Beta para comprobar sus hipótesis. En una clara demostración de la cientificidad reinante, el equipo Beta tampoco regresó y por tanto se hubieron de plantear ciertos cambios en la estrategia.

De todo esto fue informado el camarada Leónidas, quien hábilmente creó una comisión mixta de técnicos de todos los niveles para pensar cómo se podrían recuperar los valiosos equipos. Entre todos los miembros de la comisión destacaba un ingeniero militar de 63 años que, en sus inicios, había sido estudiante de arte en la más prestigiosa escuela de Moscú. Reconvertido en el militarismo para salvar el cuello –literalmente- sus aspiraciones artísticas habían ido variando con el tiempo asumiendo un carácter meramente estético que permitía la aprobación de sus superiores.

Cuando las ideas de la comisión se hubieron acabado y el material se daba por perdido dicho ingeniero hizo un ingenioso comentario de desolación y resignación: “Pues yo le prendería fuego a esos gases y cuando se apagaran bajaría a por las máquinas, total, tampoco pueden tardar mucho en apagarse ¿no?”. Ése, y no otro, fue el momento mágico en el que la política y el arte vanguardista soviético se dieron nuevamente la mano. Justo cuando la cerilla caía al fondo el cráter, y una columna de fuego que se podía ver desde el Politburó, allá en Moscú, se elevaba por los cielos, la URSS regresó al centro del movimiento artístico internacional.

Treinta y ocho años después de aquella cerilla, aún sigue ardiendo el cráter. Solo y en mitad del desierto, salvo por la compañía de un soldado raso enviado a la zona en 1972, con la orden de que avisara cuando se acabe el fuego y puedan bajar a recuperar las máquinas.

Comentarios

Canichu, el espía del bar ha dicho que…
grandes estos rusos.
eva ha dicho que…
Queremos ver la foto del google earth.
Canichu, para grande el pozo, que mide unos 60 metros de diámetro por 20 de profundidad. Casi nada.

Eva, no se ve muy bien, pero pincha en este enlace y te saldrá la foto del google earth. ¡La puerta del infierno!
eva ha dicho que…
Gracias! Aunque esta foto del Google Earth ha resultado un tanto decepcionante... Sin embargo la historia que cuentas es realmente chocante.