La retroalimentación

[Publicado orignariamente en Derrota Urgente]


Puede que esta crónica de sucesos escatológicos tuviera más que ver con nuestro otro blog. En Destripando Terrones llegamos a comentar todo aquello que nos llama la atención mientras leemos, vamos al cine, al teatro o vemos simplemente la televisión. Y será precisamente por eso por lo que no voy a hablar allí de lo que sí voy a hablar aquí. En Derrota Urgente tratamos de criticarlo todo. No hay espacios ni rincones para esconderse. Hoy, damas y caballeros, le toca a la televisión sentarse en el banquillo.

La programación de las televisiones españolas ha quebrado en pos del negocio de la retroalimentación, como el título dice. La retroalimentación consiste en la fabricación de los contenidos por una misma productora televisiva. Se supone que una cadena de televisión debería programar tal y cual programa con la pretensión de ser más vista que la otra. Así obtiene los ingresos por publicidad mayores o superiores a sus rivales y gana dinero. Sin embargo puede suceder que esta lógica de competición-venta de publicidad se vea quebrada por la propuesta ingeniosa de un creador tal y como sucedió en un periódico de cuyo nombre no quiero acordarme, pero que se llama El País. Cuando a sus despachos llegó una propuesta para el Dominical, el director del mismo rehusó la idea, no por no ser propia del nivel ni de la línea editorial del periódico, sino porque la serie de artículos propuestos harían subir en exceso las ventas del mismo, obligando por tanto a la subida del precio de publicidad por página y haciendo que los ingresos totales por este concepto disminuyan, al no estar dispuestos los anunciantes a pagar el precio de mercado.

Esta tragedia para la creación pareciera que había llegado hace tiempo a la televisión. Los dueños –o gestores- de las grandes cadenas se dan cuenta de que más allá de la publicidad los dineros que ganan han de venir directamente de los televidentes –“antes de que se lo lleve tal o cual fabricante de detergentes, nos lo llevamos nosotros”- así que en sus agendas televisivas han incluido la necesidad de crear los productos.

Desde hace mucho tiempo las polémicas en los programas principales de las cadenas –es decir, los del corazón- son producidos y reproducidos por otros programas soporte, aquellos de realidad o de entrevistas en donde el escándalo y la polémica son el cultivo del caldo. La controversia sobre si cierta señora realizó una felación al marido de la nieta de tal caudillo cuando éste iba en silla de ruedas –cita textual de un programa de sobremesa que llegó a mis oídos entre cabezada y cabezada de una siesta veraniega- puede dar para llenar franjas y franjas horarias. Lo que significa tener ocupada a la gente en el visionado de esta polémica, así como la apertura de foros de telefonía móvil, con dinero constante y sonante cayendo en la caja del recibidor. ¡Si hasta el teléfono de aludidos es un 90…! Si el entrevistador no se digna a poner en marcha el servicio de mensajería, al menos deberá dejarse llevar por esta cadena de producción mediante la sistemática entrevista a aquellos personajes –de reconocido prestigio profesional- que tengan trabajo en la misma emisora. Así, unos y otros desfilan por los platós de la misma cadena.

La fabricación del personaje televisivo cuesta especialmente poco dinero a las cadenas. Sobretodo en relación a las profesiones alternativas –actores y actrices- y en relación a la otra programación –cine, documentales, etc- cuya rentabilidad en otro tipo de productos es siempre menor. Nadie manda un sms para decir “Q bien sta la pelíqla Arriba los de Puertollano!!” o “La Roberts está cañón y tú ers igual q eya Cari te qero mux!”.

El último paso en la venta de productos relacionados con los productos televisivos ha sido el paso al negocio de los libros. Bien es cierto que en EEUU, de donde toda esta panda de directivos televisivos termina por aprender, es una práctica habitual el lanzamiento de un libro no sobre los entresijos del rodaje de la serie –que también- sino de una novela con base a la serie, donde el hilo argumental sea parecido o similar o donde, sencillamente, se cuenten cosas que sucedieron antes de empezar la serie. Ahora estos libros se traducen y hoy podemos encontrar aberraciones del estilo de Perdidos o el último lanzamiento sobre Anatomía de Grey. Sin embargo algunos productores aprenden tan rápido que de una serie española, Amar en tiempos revueltos, han sacado un exitoso libro: Azucena de noche.

Para quien no conozca la serie, ésta es una telenovela al uso, de producción española eso sí, que habla de las relaciones en los años de la posguerra –y de los que no son posguerra… que como se descuiden alcanzan a Cuéntame cómo pasó. El uso de la franja horaria de la telenovela tradicional, unida a la vocación de seguidor incondicional del espectador de este tipo de obras, provoca que hoy Azucena sea uno de los libros más buscados y compita al nivel de los grandes premios literarios –y no, no estoy hablando de El Planeta, seamos serios.

Con este tipo de promociones retroalimentadas, la televisión y sus cadenas terminan por convertirse no en servicios públicos, ni siquiera en agentes de entretenimiento y formación, sino en creadores de productos y subproductos de los cuáles estos últimos son los más peligrosos. Aumentan su independencia respecto al dinero de la publicidad disminuyendo la competencia y empeorando la calidad de su programación. Cualquier día vamos a ver las noticias y pensar que necesitamos el afther shave que utiliza Matías. O la hipoteca de María Escario.

Será mejor que a partir de ahora hagamos zapping, pero no cambiando de cadena cuando lleguen los anuncios, sino buscando precisamente ver los anuncios. Al fin y al cabo de ellos sabemos qué nos quieren vender, aunque del cómo tengamos que hablar el día que destripemos 13,99€, de Frédéric Beigdeber.

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