11S: Aún recuerdo lo que hice hace cinco años



Todas las generaciones -considérense éstas de 25 años en 25 que decía Ortega o no- terminan por tener un referente en sus conversaciones, un lugar común al que todos acuden alguna vez para explicar cómo vivieron un día que se considera imprescindible en la memoria.

Para unos fue la muerte de JFK, para otros la llegada del hombre a la luna, o la muerte de Franco, el 23F. Para mí me imagino que será el 11S -a no ser que algo nuevo pase y la jerarquía que hay instalada en mi memoria cambie de parecer.

Estaba aquél medio día en casa. No había suspendido ninguna asignatura de Ciencias Políticas el Junio anterior y recuerdo aquel mes de Septiembre, en general, un poco apático pues casi todos mis amigos tenían que dedicarse al estudio al menos un par de horas y se hacía difícil poder organizar una salida con todos presentes. Incluso apenas veía por el mismo motivo a mi novia de entonces –cosa que, créanse, tampoco me apetecía.

Mi madre reposaba su comida cerrando los ojos en el sofá. Cinco minutos esperando ese odioso momento que siempre le acompaña en la vuelta al trabajo por la tarde. Angels Barceló narraba las noticias cuando mencionó, al tiempo que las imágenes nos lo dejaban ver por primera vez, que al parecer una avioneta se había estrellado contra una de las Torres Gemelas de Nueva York, una torre del World Trade Center. He de reconocer que mi desconocimiento sobre las dos Torres y lo que pudieran significar era abrumador. Apenas me quedé con la noticia y, muy despacio para no despertar a mi madre, me fui a mi cuarto a leer.

Sin embargo algo me llevó a poner la Cadena SER en vez de sentarme en silencio a leer y esperar que la modorra viniera por sí sola. Allí me narraron una serie de hechos que terminaron por llevarme de nuevo ante la televisión, con la radio del salón enchufada, la CNN+ -sí, lo sé, PRISA a gó gó- y mi madre despierta ya y resignada a que su único hijo la impidiera dormitar esos diez minutos que aún la quedaban.

Juntos vimos cómo el segundo avión se estrellaba contra la torre. Y juntos escuchamos que el Pentágono también había sido atacado. Para cuando en la radio informaban de una posible colisión de un avión contra la mismísima Casa Blanca, mi madre, curada de espanto que para eso es de la Generación del primer hombre en la Luna, ya estaba sacando la ropa de la secadora pensando que el tiempo hasta irse de nuevo al trabajo, si no se dormía, era mejor aprovecharlo.

Mi madre se marchó y yo no tardé mucho en seguir sus pasos hacia la calle. Aquél día había quedado con un amigo que vivía cerca sobre las 16:30 en la glorieta de Cuatro Caminos. No dudé en llevarme conmigo la pequeña radio que el invierno anterior le habíamos regalado a mi padre. Conectando de nuevo con la SER pude escuchar los testimonios de Elvira Lindo desde el mismísimo Nueva York o desde Los Ángeles a Ponseti –el comentarista de Fútbol americano de la SER- quien decía que, por primera vez desde que él estaba allí, desde la ventana de su hotel se veía una ciudad muerta, sin nadie en la calle, asustada y con miedo a estar en casa.

No tengo apenas recuerdo de qué hice con mi amigo, salvo que aquel día decidimos ir a donde tuviéramos que ir a pié, sin pasar por el apagón informativo que suponía meternos en el metro. También recuerdo que estuvimos un tiempo sentados en un banco en mitad de la calle Bravo Murillo, escuchando cada uno un auricular y esperando él de mí una explicación a cada cosa que se comentara, pues para algo yo era el estudiante de políticas y él el de ciencias ambientales. Supongo que acertaría a pronunciar algún argumento del que no estaría bien seguro pero del que afirmaría estarlo con el habitual estilo que se enseñaba en mi Facultad. “Ponga Ud. cara de que sabe de lo que habla”.

Desde el banco hasta que ya se hizo de noche, no recuerdo absolutamente nada. Supongo que estuvimos haciendo aquello para lo que habíamos quedado –mirar alguna compra, quizá ir a buscar un libro o simplemente hablar de algo. Supongo también que alguna partida a las recreativas caería y que lo haríamos en busca de matar el tiempo hasta que quedáramos, ya en la noche, con el tercero en discordia.

Cuando vimos a este otro amigo la inmediata fue preguntarle por su familia –lejana- de Nueva York. La narración de los hechos, siempre con su estilo particular, nos dejó más tranquilos a todos ya que nadie había resultado implicado en los sucesos. Durante la cena el tercero y yo discutiríamos, como casi siempre, acerca de nuestros distintos puntos de vista de los ataques. Ambos argumentábamos con seguridad, no obstante estudiábamos en la misma Facultad, pero nuestras ideas eran todo lo contrarias que pueden ser entre un estudiante de ciencia política y otro de sociología.

Y así finalizó mi 11 de Septiembre del año 2001. Cenando por primera vez en mi vida un kebab en la chamberilera Glorieta de Bilbao en uno de los primeros restaurantes turcos que se atrevían a salir del barrio de Lavapiés. Comentando con dos amigos lo que había pasado y manchándonos todos los pantalones de esa salsa que de la comida turca sale y que todo lo impregna.

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